Carlos Rodríguez Mayo
Me cuentan que existe una idea establecida que lleva a los profesores y a los cargos directivos de muchos colegios e institutos a recomendar a los padres que los niños más
competentes elijan una enseñanza bilingüe y reservar de este modo la enseñanza no bilingüe para los menos dotados, como si la primera opción fuese mejor o como si la mayor exposición a un idioma extranjero fuera sólo positiva e interesante para los más capacitados. Los que así obran provocan una discriminación
irresoluble, de la que se benefician unos y de la que los otros ya no pueden escapar.
Con esta orientación y el seguimiento inconsciente de muchas
familias se convierten los grupos no bilingües en grupos
degradados en donde se concentran todos los problemas, en grupos en
los que, normalmente, ninguno querríamos tener a nuestros
hijos. Por eso resulta necesario explicar a los maestros y a los
padres de los alumnos que la elección de la enseñanza
no debe tener que ver con la competencia y sí con lo que se
pretende aprender. Para orientar bien hay que contar la verdad y la verdad es la siguiente:
La enseñanza bilingüe pretende enseñar un poco más de inglés a costa de las materias que se imparten en ese idioma que los chicos desconocen. En la práctica es dudoso que se consiga el bien del primer objetivo y es seguro que se produce el mal del segundo, pero además se genera un problema mucho más negativo: el de la discriminación de los alumnos, ya que por la propia elección de los padres de los alumnos o como consecuencia de esta perversa orientación, los alumnos de mayor nivel, los más trabajadores, los más competentes, los de mejor comportamiento, se concentran en estos grupos.
La otra opción, la
enseñanza no bilingüe, es la misma que la enseñanza normal de la ESO. Sin embargo,
en nuestros centros esta opción incluye, por las mismas razones, toda la
panoplia de la anormal acumulación de problemas sociales y educativos, de manera que sus grupos siempre acaban por convertirse en los más conflictivos. En ellos proliferan los malos ejemplos, las faltas de conducta, las
expulsiones y los mayores porcentajes de suspensos. Aunque los problemas de
esta enseñanza no bilingüe no son propios de su planteamiento didáctico, en las
condiciones de elección actuales es la peor de las opciones. Es tan mala que no dudo ahora en recomendar a los padres que la rechacen, si no quieren que su hijo se vea arrastrado hacia el sumidero del sistema educativo.
Para cambiar esta desastrosa situación, hay que decir la verdad y afear, e incluso perseguir, a los que mienten. A los que intenten engañarles, pídanles estadísticas comparativas de bilingües y no bilingües con respecto a aprobados o a expulsiones o bien la % de alumnos con padres separados o divorciados o la % de inmigrantes en cada uno de los dos grupos. Verán entonces que estos datos no se obtienen o, si se obtienen, se ocultan bajo llave. A cualquiera se le ocurre que no cuantificar lo que no conviene o no decir lo que se sabe es también una forma consciente de mentir.
Para cambiar esta desastrosa situación, hay que decir la verdad y afear, e incluso perseguir, a los que mienten. A los que intenten engañarles, pídanles estadísticas comparativas de bilingües y no bilingües con respecto a aprobados o a expulsiones o bien la % de alumnos con padres separados o divorciados o la % de inmigrantes en cada uno de los dos grupos. Verán entonces que estos datos no se obtienen o, si se obtienen, se ocultan bajo llave. A cualquiera se le ocurre que no cuantificar lo que no conviene o no decir lo que se sabe es también una forma consciente de mentir.