Vaya por delante que el que parezca centrarse el debate sobre la nueva ley en torno a la presencia de "la religión" en los centros educativos me parece una falta de respeto a los que vivimos de esto, porque con ello los medios de comunicación se olvidan de los muchos problemas reales que padecemos y se concentra el objetivo de la cámara en un tema profesionalmente secundario. Tenemos una mala educación por muchas razones. La falta de incentivos para el esfuerzo personal y un sistema de disciplina cuajado de garantías para el alumno, que pone entre interrogación la acción disciplinaria del profesor, son a mi modo de ver las causas básicas. El problema más gordo, por lo tanto, no está en la presencia de esta asignatura en el curriculum. Sin embargo, a mi pesar, voy a dejarme llevar por el debate y voy a hablar de "la religión".
Yo soy partidario de una enseñanza laica en la que todo lo relativo a las creencias se sitúe fuera de los centros, de manera que, si pudiera, votaría para que la religión desapareciera de las aulas y para que la jerarquía eclesiástica, que yo no he votado, no siga eligiendo a ninguno de mis compañeros. No dejo de reconocer, sin embargo, que valoro de forma muy positiva la actitud y la capacidad de los profesores de religión que he conocido y que me parece una locura la discusión sobre si la materia debe ser o no evaluable o si se debe de respetar un espacio de tiempo sin clase para los alumnos que no la cursen (eso a lo que Wert llama asignatura "espejo"). Desde mi punto de vista, la religión produce mucho más daño con esa alternativa insufrible, en la que no se puede dar clase de nada, que con la propia asignatura, que no es mala en sí misma, aunque ocupa un espacio de tiempo semanal.
Pediría, por lo tanto, lo que casi siempre pido. Un poco de diálogo y de comprensión, algo que mire de frente a los verdaderos problemas de las aulas y deje de enfrentar a la población con problemas ideológicos residuales como éste. Entiendo la fuerza del voto demócrata cristiano y la necesidad de satisfacer al enorme poder de la iglesia en la enseñanza, pero creo que eso no obliga a gobernar siguiendo su dictado. Los centros religiosos tienen todas las facilidades para enseñar y promover la religión. Nadie se niega a que lo hagan. En los centros públicos, por el contrario, si los políticos fueran más flexibles y buscasen de verdad un pacto hacia el futuro, bastaría con que hubiera en todos los niveles una optativa evaluable, llamada religión, que explicase moral cristiana e historia sagrada. Una asignatura interesante que yo animaría a elegir, incluso a los no creyentes, para que se entienda mejor la cultura de este país.