Carlos Rodríguez Mayo
Como el viernes me encontré con sólo un alumno en clase de ICS, a la hora de la conferencia de Luis Alonso de Santos me fue fácil ceder al ruego de mi alumna, Elia, para ir al "Salón de actos". Y es que a mi también me apetecía escuchar a un escritor tan relevante.
No me decepcionó. Empezó dando muestras de su inteligencia... Para captar la atención del público se calló unos momentos, provocó tensión en el auditorio con un silencio significativo, y luego habló mucho. Recuerdo que reclamó la disponibilidad de los oídos y de las mentes para él y para los profesores en sus clases, lo que hizo que se enfrentase contra el bostezo circunstancial de un alumno distraído. Recuerdo también que dijo que es necesario esfuerzo para aprender y para sacar el petróleo que llevamos en el fondo, pero lo que más se me quedó grabado es que acabó enfrentándose personalmente con una fila de alumnos que se habían pasado la hora molestando por su falta de atención.
Alonso de Santos ha hecho y dicho en una hora lo mejor que se podría hacer y decir en un instituto como el nuestro. Que no se puede tolerar lo intolerable, que alguien tiene que decir a quien no quiere escuchar que se vaya, que no está en la responsabilidad de los profesores soportar el terrorismo educativo de las dos o tres personas que salpican nuestros cursos de la ESO y que se niegan por sistema a escuchar, a trabajar, a cumplir con su cometido...
Desde el punto de vista de la mayor parte de los profesores de la ESO es este el mayor problema, o lo era hasta que llegaron los recortes, a pesar de que no haya nunca un sindicato detrás que apoye estos planteamientos. El problema sigue ahí y no es posible resolverlo sin cambiar las leyes y sin cambiar una opinión adormecida acerca de lo que hacemos en las instituciones educativas. Para ello haría falta un apoyo social, un complejo entramado de voluntades de padres, profesores y políticos, haría falta discusión y una masa crítica de convencimiento de que en torno a los derechos de los alumnos se ha hecho y se sigue haciendo demasiada demagogia y que su protección excesiva redunda en un perjuicio para la mayoría.
A mi parecer, los alumnos que provocaron el enfrentamiento con Alonso de Santos deberían de ser identificados y sancionados. Impedir su asistencia a cualquier otra actividad extraescolar es sencillamente justo, equilibrado. Recibir una recriminación por su actitud en clase y en jefatura de estudios debería ser obligatorio. Informar a su casa de lo inadecuado de su comportamiento es algo que tiene tanta lógica que se cae por su propio peso.
Sin embargo, como siempre... ¿Quién denuncia? La ley dice... ¿Un expediente? Yo no tengo esos problemas... Y volvemos al principio... ¿Quién corrige? ¿Quién educa?