Carlos Rodríguez Mayo
Llegamos en la misma migración al único instituto de este municipio. Con el último concurso de traslados se van a marchar de la ría los últimos de los muchos compañeros de fatigas que llegaron junto a mi en la segunda mitad de los ochenta. Este lento goteo es un síntoma del hecho de que aquí no hay esperanzas de futuro. Yo ahora siento un profundo desaliento cuando me hablan de módulos y de historias extrañas, después de haber visto estrecharse nuestro bachillerato hasta dejarlo en el mínimo que hoy queda. Es normal. Lo mismo que los jóvenes escapan de un país que no sabe dar trabajo, las especies que anidaron en la ría emprenden el vuelo para buscar otros humedales. Una política equivocada ha dilapidado sus enormes capacidades pulidas por el tiempo. Eran grandes profesores de bachillerato, reconvertidos en esforzados luchadores de la ESO. Yo les veo despegar desde mi nicho y recuerdo su lenta pero constante migración de los últimos años. Unos, los mayores, se han jubilado, aprovechándose de unas condiciones envidiables, otros, los más jóvenes, se han ido a la busca de mejores condiciones de trabajo... Es natural. A la vista del futuro que se vislumbra queda poca esperanza en nuestro ánimo. Con su vuelo se llevan el enorme tesoro de su saber y de su experiencia y nos dejan un centro peor, menos sólido. Los equilibrios conseguidos con el tiempo se rompen de repente. El año que viene va a ser todo más difícil. Caras nuevas. Nueva savia. Para mí se acaba un ciclo.
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