David Loyo Pérez
Me pide mi compañero Carlos que escriba sobre un trágico suceso acaecido hace algunos días en el instituto y que se refiere a la muerte de un ratoncillo.
No me pregunten por su biografía. Poco es lo que puedo aportar. Quizá algo de sus últimos momentos. No sé qué día ni qué año, aunque presupongo que no hace mucho, ese ratoncillo, ese Mus musculus, se instaló en una de las dependencias del centro para pasar allí unas confortables vacaciones. Desconocía el pobre ratón, sin embargo, la trampa que se le había tendido. Quizá estaba escrito desde la eternidad en el destino de nuestro minúsculo roedor, para su desventura, que terminaría cayendo fatalmente en ella. Y así fue.
Todo sucedió entre las 8.20 y las 9.15 de la mañana. Cuando me lo dijeron, me presté a ver la escena, y descubrí para mi sorpresa que, aunque las puertas del Cielo de los Animales -que estoy seguro que existe- habían empezado a abrirse ante sus negros y minúsculos ojos. Quizá no era demasiado tarde y el umbral definitivo no había sido traspasado... “Tal vez”, pensé, “exista un tal vez”. Sin considerar las escasas posibilidades, lo despegué de la pegajosa trampa y acudí, tan raudo como pude, en busca de ayuda.
Detallo a continuación cómo fueron mis últimos momentos con él: “Saqué a Gonzalo de clase y metimos al ratoncillo en un recipiente con agua caliente que nos ofreció Begoña. Después, empecé a removerlo en el sentido de las agujas del reloj y en el contrario, asegurándome de que su cabecilla permaneciese siempre fuera. A continuación, pa' potenciar el efecto lavado, añadimos al agua un poco de jabón de baño que buenamente pude obtener en el excusado, mientras continuaba removiendo ahí bien el asunto para eliminar el pegamento. Con ello el ratón pareció conseguir cierta movilidad, aunque el futuro, aun iluminado ahora con una tenue luz, se mostraba todavía muy negro. Sin embargo, nada se pudo hacer, pues acaeció entonces uno de esos tristes giros del destino: el timbre sonó y me tuve que marchar a clase.
Los sucesos posteriores son confusos, pues, pese a que dejé tácitas recomendaciones en cuanto al procedimiento que consideraba más oportuno seguir, creo que mis consejos no fueron bien escuchados. El ratón pasó del caldarium al tepidarium, y de éste al frigidarium. Alguien lo envolvió en una servilleta al estilo “momia” y trajo unas hierbas que le puso por encima, sin tener yo todavía muy claro con qué finalidad.”
El lamentable resultado fue el fallecimiento del ratón, que fue inhumado en una fosa de la que ninguna lápida marca el lugar. Ahora este pobre roedor forma parte del humus del suelo.
Conviene, llegados a este punto, recordarlo: Pulvis es et in pulverum reverteris (Génesis 3, 19).
Insignificante suceso, pensarán muchos. Y tal vez lo sea. Pero, ¿a caso crees que tu destino será muy diferente? ¿Qué el porvenir te depara algo distinto? ¿Y si él fuese tú y tú fueses él? Entonces, ¿qué?
Me pide mi compañero Carlos que escriba sobre un trágico suceso acaecido hace algunos días en el instituto y que se refiere a la muerte de un ratoncillo.
No me pregunten por su biografía. Poco es lo que puedo aportar. Quizá algo de sus últimos momentos. No sé qué día ni qué año, aunque presupongo que no hace mucho, ese ratoncillo, ese Mus musculus, se instaló en una de las dependencias del centro para pasar allí unas confortables vacaciones. Desconocía el pobre ratón, sin embargo, la trampa que se le había tendido. Quizá estaba escrito desde la eternidad en el destino de nuestro minúsculo roedor, para su desventura, que terminaría cayendo fatalmente en ella. Y así fue.
Todo sucedió entre las 8.20 y las 9.15 de la mañana. Cuando me lo dijeron, me presté a ver la escena, y descubrí para mi sorpresa que, aunque las puertas del Cielo de los Animales -que estoy seguro que existe- habían empezado a abrirse ante sus negros y minúsculos ojos. Quizá no era demasiado tarde y el umbral definitivo no había sido traspasado... “Tal vez”, pensé, “exista un tal vez”. Sin considerar las escasas posibilidades, lo despegué de la pegajosa trampa y acudí, tan raudo como pude, en busca de ayuda.
Detallo a continuación cómo fueron mis últimos momentos con él: “Saqué a Gonzalo de clase y metimos al ratoncillo en un recipiente con agua caliente que nos ofreció Begoña. Después, empecé a removerlo en el sentido de las agujas del reloj y en el contrario, asegurándome de que su cabecilla permaneciese siempre fuera. A continuación, pa' potenciar el efecto lavado, añadimos al agua un poco de jabón de baño que buenamente pude obtener en el excusado, mientras continuaba removiendo ahí bien el asunto para eliminar el pegamento. Con ello el ratón pareció conseguir cierta movilidad, aunque el futuro, aun iluminado ahora con una tenue luz, se mostraba todavía muy negro. Sin embargo, nada se pudo hacer, pues acaeció entonces uno de esos tristes giros del destino: el timbre sonó y me tuve que marchar a clase.
Los sucesos posteriores son confusos, pues, pese a que dejé tácitas recomendaciones en cuanto al procedimiento que consideraba más oportuno seguir, creo que mis consejos no fueron bien escuchados. El ratón pasó del caldarium al tepidarium, y de éste al frigidarium. Alguien lo envolvió en una servilleta al estilo “momia” y trajo unas hierbas que le puso por encima, sin tener yo todavía muy claro con qué finalidad.”
El lamentable resultado fue el fallecimiento del ratón, que fue inhumado en una fosa de la que ninguna lápida marca el lugar. Ahora este pobre roedor forma parte del humus del suelo.
Conviene, llegados a este punto, recordarlo: Pulvis es et in pulverum reverteris (Génesis 3, 19).
Insignificante suceso, pensarán muchos. Y tal vez lo sea. Pero, ¿a caso crees que tu destino será muy diferente? ¿Qué el porvenir te depara algo distinto? ¿Y si él fuese tú y tú fueses él? Entonces, ¿qué?
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