Carlos Rodríguez Mayo
Entender que lo que ayer llamé novillos es una huelga, tal y como proclaman el sindicato de estudiantes y todos los medios de comunicación, es el punto de partida de la victoria de los convocantes y la derrota sin paliativos de los que nos oponemos a esta manipulación. El gobierno socialista que promulgó la ley que permite el procedimiento de inasistencia colectiva, se libró muy mucho de llamar huelga a esto. Pues bien, a pesar de ello, todos, incluído yo mismo, hablamos de la huelga de los alumnos, para entendernos.
La trampa de la palabra es enorme porque dota a los que siguen las convocatorias de un sentido reivindicativo, cargado de romanticismo, que resulta un acicate en una fase de la vida en la que los chicos quieren ser mayores. Contando con ello, en cuanto rozan un poco esta idea, los muchachos utilizan casi siempre este argumento político para justificarse, encubriendo al mismo tiempo otras intenciones que resultan mucho más eficaces, como son la de conseguir una menor dimensión de los temarios en el siguiente examen o la de disfrutar de unas vacaciones imprevistas. Ante la situación que se crea, yo les digo que hay que ser responsables y que ésto no es en sentido estricto una huelga (que es un derecho que los trabajadores ejercen mientras pierden su salario), que sería más apropiado llamarlo "vacaciones o novillos sindicales", que si esto fuese una huelga se confundiría a los cuerpos docentes con los cuerpos represivos o con la clase burguesa de los empresarios, propietarios de los medios de producción, y se olvidaría que, además de asalariados, los profesores somos una fuente imprescindible y muy costosa de conocimiento, que pagamos todos con nuestros impuestos. Les digo que no es lo mismo tener 200 días de clase que 150 y que no rellenar las aulas es dejar que sigamos cayendo hacia abajo en Pisa, lo mismo que los objetos que lanzaba Galileo para estudiar la gravedad.
Por eso, lo primero que habría que hacer para restablecer el equilibrio sería combatir a la palabra. Luchar contra el término huelga y buscar un sustituto razonable. Si no empezamos por ahí, mal andamos.
La trampa de la palabra es enorme porque dota a los que siguen las convocatorias de un sentido reivindicativo, cargado de romanticismo, que resulta un acicate en una fase de la vida en la que los chicos quieren ser mayores. Contando con ello, en cuanto rozan un poco esta idea, los muchachos utilizan casi siempre este argumento político para justificarse, encubriendo al mismo tiempo otras intenciones que resultan mucho más eficaces, como son la de conseguir una menor dimensión de los temarios en el siguiente examen o la de disfrutar de unas vacaciones imprevistas. Ante la situación que se crea, yo les digo que hay que ser responsables y que ésto no es en sentido estricto una huelga (que es un derecho que los trabajadores ejercen mientras pierden su salario), que sería más apropiado llamarlo "vacaciones o novillos sindicales", que si esto fuese una huelga se confundiría a los cuerpos docentes con los cuerpos represivos o con la clase burguesa de los empresarios, propietarios de los medios de producción, y se olvidaría que, además de asalariados, los profesores somos una fuente imprescindible y muy costosa de conocimiento, que pagamos todos con nuestros impuestos. Les digo que no es lo mismo tener 200 días de clase que 150 y que no rellenar las aulas es dejar que sigamos cayendo hacia abajo en Pisa, lo mismo que los objetos que lanzaba Galileo para estudiar la gravedad.
Por eso, lo primero que habría que hacer para restablecer el equilibrio sería combatir a la palabra. Luchar contra el término huelga y buscar un sustituto razonable. Si no empezamos por ahí, mal andamos.
Una entrada como esta me recuerda al dicho (sin ofender): "cuando el sabio apunta a la luna, el necio mira el dedo"...
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