Carlos Rodríguez Mayo
Hoy he sido uno de los aplicadores de la prueba diagnóstico de evaluación del centro. Los alumnos de segundo de la ESO se han sentado por orden de lista, han leído las instrucciones de la prueba, han oído en dos ocasiones un texto radiofónico, han abierto su libreta de ejercicios y han comenzado a realizar el examen. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, en el curso de la prueba, pronto han comenzado a surgir problemas. El más importante ha sido el de la incapacidad de algunos alumnos para concebir un profesor que no pudiera contestar a ninguna pregunta sobre la prueba, de modo que estos han explotado su extrañeza, multiplicando las preguntas, con lo que se ha provocado un conflicto que ha servido como justificación a algunos de los asistentes para cerrar sus cuadernos y acabar así el examen. En relación con este asunto, me han preguntado sobre si corrían el riesgo de que los resultados formasen parte de su expediente personal y yo les he contestado que no tenía noticia al respecto. Pasados quince minutos, tan sólo un 25 % de los alumnos continuaba activo y a la media hora ya sólo uno de ellos mantenía el esfuerzo. Ha costado Dios y ayuda mantenerlos en silencio el tiempo necesario para concluir los 55 minutos que se establecen. Al final he recogido los ejercicios y he entregado en Jefatura de Estudios la lista de los alumnos que realizaron preguntas en voz alta, a pesar de que no tenían autorización para ello.
Hoy he sido uno de los aplicadores de la prueba diagnóstico de evaluación del centro. Los alumnos de segundo de la ESO se han sentado por orden de lista, han leído las instrucciones de la prueba, han oído en dos ocasiones un texto radiofónico, han abierto su libreta de ejercicios y han comenzado a realizar el examen. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, en el curso de la prueba, pronto han comenzado a surgir problemas. El más importante ha sido el de la incapacidad de algunos alumnos para concebir un profesor que no pudiera contestar a ninguna pregunta sobre la prueba, de modo que estos han explotado su extrañeza, multiplicando las preguntas, con lo que se ha provocado un conflicto que ha servido como justificación a algunos de los asistentes para cerrar sus cuadernos y acabar así el examen. En relación con este asunto, me han preguntado sobre si corrían el riesgo de que los resultados formasen parte de su expediente personal y yo les he contestado que no tenía noticia al respecto. Pasados quince minutos, tan sólo un 25 % de los alumnos continuaba activo y a la media hora ya sólo uno de ellos mantenía el esfuerzo. Ha costado Dios y ayuda mantenerlos en silencio el tiempo necesario para concluir los 55 minutos que se establecen. Al final he recogido los ejercicios y he entregado en Jefatura de Estudios la lista de los alumnos que realizaron preguntas en voz alta, a pesar de que no tenían autorización para ello.
En resumen, a partir de lo que he visto, comparando la experiencia de ayer con la que tuve el año pasado, si tenemos en cuenta que los resultados de entonces no fueron buenos, habrá que prever que este año serán peores. La causa principal de ello es la actitud negativa de una parte significativamente importante de los alumnos, potenciada por la rigidez del planteamiento del examen. Que Dios nos pille confesados.
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