lunes, 26 de abril de 2010

Calumnia, que algo queda

Carlos Rodríguez Mayo
El pasado jueves una falta de disciplina de un alumno de este centro “educativo” se hizo de forma tan pública que dió pábulo a mil comentarios sobre los hechos. Fueron muchos los que los presenciaron directamente, al menos en una parte de su desarrollo, y fueron por tanto accesibles mil testigos, lo cual no es óbice para que una versión denigrante de la acción del profesor circule entre alumnos y padres, al menos con tanta fuerza como la de lo que pasó realmente. Dejando de lado el fondo del asunto en manos de la autoridad, me interesa, sin embargo, seguir la pista al que miente: Resulta tan triste observar que hay quien deforma los hechos para agredir el honor del profesor, para dudar de la justicia sancionadora y para poner en cuestión nuestro fragilísimo sistema disciplinario, que muchas veces me pregunto a dónde nos conduce este camino. He pensado que aceptar el cotilleo como un ejercicio ingenuo de la libertad de expresión supone dejar campo libre al calumniador y permitir que todo el sistema educativo se degrade. Con el retrato robot del profesor que se crea, con la idea que se acepta, a veces sin rechistar, de profesores brutales, egoistas o manipuladores se convierte la relación profesor-alumno en una farsa rechazable. Nosotros los profesores necesitamos ser vistos como personas normales que sirven para enseñar. Somos gente adulta, preparada, interesada y digna de ser escuchada. No podemos hacer magia si nos quitan la varita de las manos. ¿Acaso no se dan cuenta de que el honor de un profesor redunda en el honor de todos? ¿Por qué la verdad de lo que somos y de lo que hacemos se oculta para buscar en nuestros defectos, errores y fallos? ¿Por qué no se enfrenta la calumnia con la verdad? ¿Por qué no se la combate con todas las armas disponibles? Siento la herida en el alma, porque soy profesor, pero soy también padre y ciudadano. Llevo treinta años en esto y veo lo que está pasando. Ya casi nadie busca nuestra opinión para enfocar los problemas. Cada día resulta más difícil polinizar la mente de nuestros alumnos con los estambres de nuestro saber y de nuestra experiencia. Con eso perdemos todos. El profesor ya no manda. Su papel está cambiando. Ya no es el sol de la ciencia. Ha dejado de ser flor para trocarse en insecto. No es hora de lamentarse, pero sí de reaccionar. Se debe de hacer justicia. Si no los profesores mirarán hacia otro lado y acabaremos diciendo lo mismo que los políticos: que aquí no hay ningún problema, que no hay por qué preocuparse, mientras avanza la nada de esta global guardería.

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