David Loyo Pérez
Como si de la concentración de una selección de fútbol se tratase, varios alumnos de 1º de la ESO del Ría del Carmen, arrojados en pleno inicio de la adolescencia al mundo más convulso de los institutos de Secundaria, hicieron una breve visita, pues no superó en tiempo real los dos días, al albergue del Centro de Educuación Ambiental de Polientes (Valderredible), acompañados por el director del instituto y profesor de Ciencias Naturales, Javier Barba, y por el que suscribe, profesor de Geografía e Historia.
Tras la salida desde el instituto, a las 8.30 de la mañana del día 20 de diciembre, el autobús nos condujo a Orbaneja del Castillo, hermoso y muy turístico pueblo burgalés por cuyos volúmenes trepadores de casas desciende el agua de una caudalosa cascada que fluye hasta el cauce del cercanísimo río Ebro. El entorno es sublime, con enormes paredes calizas coronadas de extrañas formaciones rocosas que dan la impresión de formar una colosal fortaleza medieval con sus arcos, sus murallas y sus torres, y donde además anida un numeroso grupo de buitres leonados.
Fue aquí donde nos recibieron los monitores, que condujeron a los alumnos, divididos en dos grupos, por una senda que ascendía por encima del pueblo. En la subida, nuestros guías enseñaron a los alumnos (y profesores) las características de los habituales buitres que residen en la zona, a los que se pudo ver a través de un catalejo convenientemente orientado. También, en una aproximación a los remedios medicinales que nos ofrece la sabia naturaleza, los monitores mostraron a los curiosos alumnos las propiedades astringentes del escaramujo, también llamado popularmente -suponemos que debido a ello- “tapaculos”, ideal para combatir esas diarreas que no te dejan salir de casa y que hacen que el retrete se convierta en la Guerra de Corea.
Terminada la marcha y visitadas las calles del pueblo y una de las cuevas próximas, con un rugiente río subterráneo que terminaba aflorando en el exterior, los autobuses nos llevaron al albergue donde, tras la charla informativa de rigor, los alumnos tomaron posesión de sus respectivas habitaciones. A los profesores acompañantes, debido a su elevado estatus social, se les concedió el privilegio de alojarse en habitaciones individuales.
A partir de ahí, el tiempo no acompañó demasiado: no nevó ni el frío hizo un especial acto de presencia, pero la persistente lluvia sólo permitió hacer otra corta ruta para visitar el entorno del Ebro, donde se les explicó la fauna del lugar (para el que no lo sepa, los excrementos de nutria huelen a marisco), se visitó un pinar de repoblación y una iglesia rodeada por una necrópolis medieval de tumbas antropomorfas excavadas en arenisca, y se hizo un recorrido por otro de los pueblos de la zona, Rocamundo, que aún conserva, además de algunas casas tradicionales, y aunque casi en ruinas, un antiguo lavadero público, en el que explicaron que se organizaban muchas de las bodas del pueblo y donde las vecinas se “depellejaban” las unas a las otras.
Durante el resto de nuestra estancia, los momentos formativos (con talleres sobre flora, fauna y prevención de incendios, centrados principalmente en la Comunidad de Cantabria) se alternaron con momentos de ocio o festivos para los chavales (emocionantes partidas de futbolín, tomas y dacas al badminton, peloteos al pimpón, y hasta una fiesta en que alguno de los profesores se animó con los cantes más modernos). Asimismo, los alumnos también visitaron el museo etnográfico de Polientes.
Por las noches, la presencia de un vigilante, conocido entre el gran público asistente como el “Tío Camuñas”, refrenó a los más alborotadores y aerofágicos alumnos, con su semblante duro e intransigente y su linterna amenazante.
La comida no era, como cabía esperar en estos casos, la propia de un restaurante como el santanderino Serbal, sino que en ocasiones se asimilaba un tanto a lo que viene siendo propiamente un avituallamiento un tanto cuartelario, a esa comida que hace duros los corazones y nos prepara para cualquier eventualidad que pueda surgir en la vida; a esa comida que crea auténticos supervivientes capaces de adaptarse a las asperezas del medio, mimetizarse en él y aprovecharlo hasta sus últimas consecuencias para sacar el máximo provecho y garantizar la subsistencia del individuo. Si embargo, el café post-comida que algunos privilegiados pudimos disfrutar allí lo recordaré siempre como uno de los mejores que el que esto escribe ha probado.
Y al tercer día, 23 de diciembre según las escrituras, hicimos los equipajes. Visitó el centro Juan Muñiz, encargado de la Obra Social de Caja Cantabria -de la que depende el complejo que han montado allí- y coautor, junto a José Manuel Iglesias Gil, de la obra Las comunicaciones en la Cantabria romana. Mientras esta visita estaba teniendo lugar, regresamos en autobús a Camargo. El viaje de vuelta fue amenizado por alguna canción entonada a pleno micrófono encendido por alguno de los profesores de la expedición, ante, quizás, la atónita mirada de Michel, nuestro eficiente conductor de origen francés.
Al llegar al instituto se consumó el final del viaje: muchas familias esperaban a sus hijos para recogerlos y llevarlos a casa. Y es que unas largas vacaciones de Navidad nos esperaban a todos.
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