Amaneció el día sin nubes, un día excelente, templado y con sol. La portilla del centro se abrió sin ningún problema, nada más llegar. En el interior el aparcamiento estaba al 40% de su capacidad, a pesar de que hacía media hora que había arrancado el horario del centro. Como preveía, no había clientela en mi clase. Bajé a tomar un café e hicimos una valoración y un primer comentario acerca de lo sucedido. LLega el recreo y me sorprendo al ver que en realidad había menos alumnos de los que yo presuponia. El patio está desierto y en la cafetería hay exactamente dos alumnos. Además, otra alumna que vi a segunda hora, reaparece al final del recreo. Luego llegan cuatro alumnos de segundo para hacer un examen. Se han comprometido con su profesor para hacerlo. Cuentan que si no lo hubieran acordado, no hubieran venido. Se acaba el recreo. LLegan algunos profesores más, pero las clases siguen estando vacías. Hablo con dos alumnos con los que tengo estudio a penúltima hora, me preguntan si pueden salir, les digo que no estoy de guardia y que no les puedo dar ningún permiso, ninguna indicación, ninguna sugerencia, porque es un día de huelga. Les pregunto sobre sus intenciones y quedamos en vernos de nuevo después del segundo recreo, en la clase de Atención Educativa o estudio, para los alumnos que no cursan religión. Así se va pasando la mañana, sin pena ni gloria. Me pongo a corregir exámenes y lo dejo para escribir estas letras decepcionadas. Pienso en este país dividido, en este país parado de parados, en este viejo país sin perspectivas para los jóvenes, sin un objetivo ilusionante. Pienso en algo lo suficientemente importante como para unir a toda la colectividad y comenzar un camino hacia delante. Pienso en la roja y en Ferrari y en el Banco de Santander y en la sangre de nuestros hijos, sobradamente preparados, buscándose la vida en otras geografías, y pienso en el banco azul y en el BBVA. España roja y azul, lo que da el penitencial color morado.
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Hace 1 mes
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