Pronto cumplirá el Instituto los cuarenta años. Yo tengo algunos más y llevo más de veinte trabajando en este destino. Puedo hablar, por lo tanto, con conocimiento de causa, aunque mejor lo harían Amparo o Carlos Jerez, por su mayor antigüedad y memoria.
En este tiempo he visto pasar a muchas generaciones por el Centro y he envejecido poco a poco. El tiempo nos devora con la crueldad de Saturno. Él nos hiere con sus firmes dentelladas, pero deja difusos recuerdos para hacernos más conscientes. Es por eso que ahora veo renacer las heridas aún sangrantes, mezcladas con las ya curadas, y contemplo casi vivos a mis compañeros muertos y a los que emigraron empujados por la edad, por la vida o por el juego marrullero de algunos de sus iguales. También vienen a mi mente las imágenes de algunos alumnos especiales, como Gregorio, por su terrible enfermedad, como Estíbaliz, por la tristeza infantil de sus ojos de música, o como las seis chicas de oro que pusieron en marcha este blog el curso pasado.
¡Ay, nostalgia!, me esfuerzo por comparar sin prejuicios las imágenes de la dorada juventud con la realidad mediocre que nos descubre la crisis. Me esfuerzo por ser ecuánime y por no exagerar el sentido negativo de mis juicios… No, pienso, cualquier tiempo pasado no fue siempre mejor, de la historia deducimos lo contrario, porque existe la idea del progreso, pero la degradación de la enseñanza pública resulta tan evidente a mis ojos que no admite discusión. Por eso yo pido audiencia, el espacio necesario para explicar lo sucedido. Sin embargo, a los críticos no se nos pregunta ni apenas se nos escucha. Somos el enemigo, el molesto mensajero de las malas noticias, los únicos que replicamos a la propaganda que machaca el mensaje de que todo marcha bien, los que nos negamos a aceptar la idea de que la utopía está en marcha. No, esto no marcha bien. Cada año el esfuerzo se adelgaza y cada curso el sistema se adapta a la nueva situación, reduciendo los niveles de exigencia. Si seguimos bajando puestos, acabaremos en los cimientos de la ya inclinada torre que valora la eficacia del sistema educativo.
¡Ay, nostalgia!, me esfuerzo por comparar sin prejuicios las imágenes de la dorada juventud con la realidad mediocre que nos descubre la crisis. Me esfuerzo por ser ecuánime y por no exagerar el sentido negativo de mis juicios… No, pienso, cualquier tiempo pasado no fue siempre mejor, de la historia deducimos lo contrario, porque existe la idea del progreso, pero la degradación de la enseñanza pública resulta tan evidente a mis ojos que no admite discusión. Por eso yo pido audiencia, el espacio necesario para explicar lo sucedido. Sin embargo, a los críticos no se nos pregunta ni apenas se nos escucha. Somos el enemigo, el molesto mensajero de las malas noticias, los únicos que replicamos a la propaganda que machaca el mensaje de que todo marcha bien, los que nos negamos a aceptar la idea de que la utopía está en marcha. No, esto no marcha bien. Cada año el esfuerzo se adelgaza y cada curso el sistema se adapta a la nueva situación, reduciendo los niveles de exigencia. Si seguimos bajando puestos, acabaremos en los cimientos de la ya inclinada torre que valora la eficacia del sistema educativo.
Celebremos, pues, el cuarenta cumpleaños del Instituto de Camargo (hoy IES Ría del Carmen), pero no para felicitar a quienes, por pensar tan sólo en votos, consienten la degradación del sistema de oposiciones y el descalabro de la disciplina y del esfuerzo. Pero no para recibir a los directores que nos engañaron y que se han promocionado a costa de nuestros centros. Celebremos los cuarenta, si, pero enfocando la mirada hacia la realidad cotidiana y reconociendo los problemas. Problemas como el de la integración improvisada de un número creciente de inmigrantes o como el de la falta de un sistema disciplinario rápido y eficaz, problemas como el de este mal bilingüismo que enfrenta a los profesores, problemas como el de los directores que unas veces se olvidan de la ley y otras la aplican con un rigor desmedido, o el de los políticos mediocres que escriben en el BOE y en el BOC sin saber lo que es un aula. Celebremos los cuarenta respaldando al profesor y a los alumnos que desean aprender en el ámbito sagrado de su clase, consultando a los que tienen el saber y la experiencia (y no sólo a los de la propia cuerda), debatiendo y promulgando leyes realistas y consensuadas, que duren y que se cumplan. Sólo así superaremos la crisis. La crisis de los cuarenta.
Si muchas veces el problema de la espiritualidad es su conversión en religión, otras tantas el problema de la educuación es su transformación en política.
ResponderEliminarY es que muchos gerifaltes de la administración se llenan la boca con la palabra "Educación" y no saben(o han -voluntariamente- olvidado)qué es un aula; muchos hablan de "La Metodología" y "La Gran Didáctica", y en el fondo pasan de todo.
No conozco todas las historias, algunas bastante tristes, que están recogidas en esta entrada, pero, en líneas generales, estoy de acuerdo con lo que se dice sobre la caída de la calidad de la educación, si bien no creo que ésta sea responsabilidad, al menos, total, de los profesores, sino del nuevo tipo de sociedad y de valores que se han implantado en los últimos tiempos. Por otra parte, alguno de los apartados tratados en la exposición podrían por mi parte ser debatidos y considerados desde la idea de que todo depende del cristal con que se mira.
Por lo demás, un texto escrito con elegancia, como acostumbran a ser los suyos.
¡Un saludo!