Carlos Rodríguez Mayo
Toñi tiene un cuarto muy pequeño con materiales diversos y un carrito lleno de instrumentos de plástico y de productos químicos. Ella recorre en silencio los pasillos del Instituto sin que apenas se note su presencia. Ella coge los papeles que se caen de nuestros bolsillos y limpia las inscripciones eróticas o los explícitos mensajes amorosos que produce la especial sobrecarga hormonal de algún alumno de la ESO sobre el verde brillante de la tabla de la mesa o de la silla de esa chica que tanto le gusta. Ella deja habitables nuestros baños y nos sonríe cuando nuestros itinerarios se cruzan. Toñi está toda la mañana con nosotros, pero nosotros no nos damos cuenta. Se diría que es un ente invisible, un espíritu sigiloso que tan sólo aparece allí donde resulta necesario. Ella es una presencia continua, pero también es discreta y útil. Ella es Toñi, un ubicuo ángel azul uniformado, una mujer que nos sirve con su trabajo de hormiga, la que da lustre a nuestros cristales y a nuestras baldosas para que reflejen mejor el tibio sol.
Bello escrito dedicado a este personal que, a veces, pasa bastante desapercibido en los centros educativos y en otras instituciones. Y muy bien traído los de las inscripciones eróticas y mensajes amorosos, porque es otra realidad, digna de estudio sociológico, que se da en los centros. A ellos, yo añadiría los dibujos -a veces muy logrados- eróticos o hasta de un nivel superior, un arte muy explícto y volátil, en que uno puede contemplar desde... hasta...
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