Ana V. Quevedo Rodríguez
Me dispuse como un día normal de clase a levantarme a las siete para ir al instituto. Era día de huelga, pero la mayoría de los profesores nos habían dicho que iban a dar su clase con total normalidad, con más razón en el caso de segundo de Bachillerato, así que supuse que sería un día como todos. Mi pensamiento cambió, sin embargo, cuando estaba llegando a la portilla y pude ver menos gente de lo habitual, “¿habré llegado pronto?”, pensé, "raro en mi, pero posible".
Cuando entré y miré el reloj del instituto vi que eran las ocho y cuarto de la mañana. Yo no llegaba tarde. El timbre sonaría a las ocho y veinte para indicar el comienzo de las clases. No podía creer que la zona de las taquillas estuviera despejada de niños gritando y jugando con esa energía que tienen desde primera hora. Después, me giré al oír la llegada de dos autobuses y pude ver claramente como se bajaban dos alumnos de cada uno de ellos, de lo que pude deducir que la mayor parte de los alumnos no vendría hoy a clase. Se había comentado que muchos padres no enviarían a sus hijos al desconfiar de que pasase el servicio de autobuses y que muchos alumnos decidirían tomar la huelga como pretexto para quedarse durmiendo. Así fue... La huelga en el I.E.S. Ria del Carmen se vivió muy tranquila en todos los aspectos.
La normalidad con la que un profesor puede dar clase en un día de huelga depende de la cantidad de alumnos que tenga en clase. La intención de la mayoría del profesorado sería la de dar clase normal ese día, pero, claro, si no vienen alumnos o sólo vienen dos... ¿Dónde está entonces la normalidad? No hay normalidad.
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