Carlos Rodríguez Mayo
A veces entran pájaros. Por los pasillos o en las aulas montan un gran revuelo. Van de aquí para allá y se chocan con las ventanas o con las paredes. Hay que llamar a Eliseo o esperar a que algún chico se atreva a acercarse y a cogerlos del suelo o de las mesas, para poder llevarlos a la ventana y contemplar cómo se marchan volando. Luego le vamos a preguntar a Gonzalo si era un tordo o un ruiseñor.
Ayer, según salía, vi cómo entraba una paloma en el espacio fronterizo que separa la puerta exterior de la interior, esa que se abre desde conserjería. Era una paloma vieja y grande. Se movía como Pedro por su casa. Transmitía la sensación de que sabía muy bien por dónde se andaba. Ninguna inquietud en su paso digno y reposado. Buche ancho, mirada al frente. Era como un gran señor con jersey gris, zureando a los cristales.
-Queda todo el tiempo del mundo para picar las cuantiosas migas que se caen de los bocadillos durante los recreos- parecía pensar antes de que sonase el timbre y saliesen los chicos.
No quise hacer ningún movimiento extraño, no quise inquietarla. Decidí dejarla estar y salí al patio. Tal vez ella hace tiempo que pasea por aquí y calcula que mañana volverá sobre sus pasos. Eso explicaría su impertinente seguridad, ese gesto tranquilo, su atrevimiento inconsciente... El invierno ha sido duro y el riesgo merece la pena. Seguro que volverá. Si la veis, dejadla entrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario