lunes, 29 de noviembre de 2010

El asufragismo electoral como opción política respetable, cuando ya no se sabe cambiar lo que hay

David Loyo Pérez
¿Votar en unas elecciones es un derecho? ¿Es acaso un deber? ¿Somos peores ciudadanos si no acudimos a las urnas?
En España votar es un derecho; no un deber: no hay sanciones para aquellos ciudadanos que no acudan a una votación. Algunos consideran que, ante una indiferencia con respecto a los partidos políticos y cuando se considera que éstos ya no representan la voluntad de los electores –sino, por ejemplo, sólo sus propios intereses y una férrea disciplina de partido (que elimina o margina las voces discrepantes)-, la opción más “moralmente correcta” en defensa del sistema democrático, al que se tiende a alabar como cuasiperferto, es el voto en blanco. Y hay quien entiende igualmente que aquellos que no acuden a ejercer su derecho no sólo están en contra de los partidos como representativos de los intereses del pueblo, sino que también manifestarían con su proceder su descontento o su oposición a todo el sistema democrático imperante.
Pero ¿qué hay de malo en estar en contra de un sistema democrático cuando se está en desacuerdo con él, simplemente no votando, es decir, no ejerciendo un derecho (el de votar) que en este caso no se contempla como deber? ¿Qué hay de reprobable, si uno está en su derecho de no hacerlo y con ello no perjudica a los otros, si no les coacciona y si no les somete a la propia voluntad? ¿Qué hay de malo en ser, en ese sentido, apolítico y “antidemocrático”? No participar en el sistema respetando las opciones libres de los demás no me parece moralmente cuestionable, y no es un proceder que me produzca ninguna repulsa.
En este caso, la decisión de cada uno sobre lo que hace ha de ser personal y no determinada por la opinión de los que nos hablan de lo que es política o lo moralmente correcto, como partidos, asociaciones, la presión de grupo o los medios de comunicación de masas.
¿Qué hay, pues, de reprobable en no participar? Es una opción personal más, respetable, si respeta la opción de los demás. Por otra parte, ¿por qué una persona que no ha ejercido su derecho de voto no puede -como algunos dicen- criticar u oponerse a un gobierno salido de las urnas? ¿Es que el que no vota es ciego? ¿Se le tiene que negar el derecho de ver la realidad y de interpretarla según sus propios valores o su forma de ver el mundo?
No votar no implica ser un mal ciudadano ni un ciudadano irresponsable que no entiende lo que son los valores y el juego de la democracia. Bien puede tratarse de una persona a la que no satisface el sistema político en el que ha de moverse (por ejemplo, porque considera que el mismo está “podrido”) y que no encuentra todavía los cauces adecuados para cambiarlo, pero respeta las opciones personales de los demás. O tal vez considera que cambiarlo de manera no revolucionaria, cuando la era de las revoluciones en el mundo occidental y en un contexto europeo, ya es cosa del pasado, y cuando no se tienen los resortes y mecanismos para hacerlo (pues las elecciones ya no valen para ello), es una lejana utopía.
Muchos me dirán que es nuestro deber formar a las nuevas generaciones y a la ciudadanía en general en la utopía de la participación electoral para conseguir mejores votantes y políticos, para que sean siempre lo más objetivos posible cuando tengan que juzgar, para conseguir que en la realidad y no sobre el papel todos seamos iguales ante la ley, para que el que tenga el poder no actúe sólo en beneficio propio, para que las personas bien formadas en esos valores no se corrompan al ingresar en un sistema corrupto, para que el chupóptero de turno del sindicato o del partido renuncie a comer, en situación crisis, en un restaurante de lujo una buena “bigotada” de marisco y se conforme, por austeridad y empatía con los demás, con la hamburguesa con patatas fritas del MacDonald´s, para que el político se conforme, pudiendo ganar millonadas de forma irregular, con un salario más o menos digno pero ajustado, etc., etc. Luchemos, en definitiva, con las armas que a los profesores les da el aula, contra los instintos y las formas de actuar que han predominado en los gobiernos y el proceder de los hombres desde el mismo momento en que aparecieron en la Tierra o en que aprendieron a vivir en sociedad.
Parece una tarea fácil entonces conseguir al “político nuevo” que rompa con toda la historia de la humanidad, y, al tiempo, cambiar al grueso de la sociedad, ¿no les parece?

3 comentarios:

  1. No votar es un derecho tan democrático como el votar. Se puede ser demócrata o no demócrata, en esta democracia, pero no se puede decir que uno es demócrata y votar a partidos que instaurarían una dictadura en el caso de llegar al poder, ni decir que uno es demócrata y no denunciar la corrupción que vemos diariamente entre los poderosos. No se puede ser demócrata y decir que esto no hay quien lo solucione, porque ser demócrata incluye la responsabilidad de asumir que el poder es de todos y que la ley está ahí para defendernos a todos. Ser demócrata incluye participar, no quedarse al margen y decir que uno no puede. A nuestro alrededor, en el instituto y en clase hay muchas cosas que hacer, si uno es demócrata y cree en la democracia.

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  2. Yo pensaba que era demócrata, pero, después de lo que dice en el comentario a esta entrada, ya no sé ni lo que soy.

    Estoy, en general, bastante de acuerdo con lo que dice el autor del texto, y creo éste que defiende bien su posición, argumentando su idea. ¿Cuál es la responsabilidad del cambio que se le permite al ciudadano cuando éste sólo puede votar cada 4 años a partidos que, como en la Restauración, son infumables y se alternan periódicamente en el gobierno? Ya no hay más ideología que la de chupar del bote. Eso de asumir la responsabilidad me suena a lo de algunos "revolucionarios" de izquierda que antes uno podía ver en algún desaparecido local de Santander donde se reunían: ellos también asumieron "la responsabilidad" revolucionaria, pero la única manera que tenían para llevarla a la práctica era babiendo birra y fumando porros. Todos somos muy combativos, al menos hasta que se demuestra lo contrario y funciona el famoso "sálvese quien pueda".

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  3. Ni es mi intención calificar a nadie ni yo soy quien para repartir carnets de demócrata. Sólo intento introducir un poco de ánimo y responsabilidad a la población de este país, que da cada vez más la espalda a los políticos. Yo no exijo heroísmo, porque no me siento un héroe. Sin embargo, me molesta enormemente el cotilleo, ese hábito de criticar al poder por lo bajo, y criticar también a lo contrario. Uno debe pensar los problemas y apoyar la salida que cree mejor, por ser más justa o más económica o más lo que sea...
    Si ser revolucionario es ser marxista y defender, por lo tanto, la dictadura del proletariado, eso no es ser demócrata. El que la mayor parte de la población española, como tú o como yo, no se sienta responsable de la cosa pública es un índice de la baja calidad de nuestra democracia. Un país en el que la gente se pasa el día criticando, pero luego, cuando llega el día de las elecciones lo olvida todo y vuelve a votar lo mismo que siempre votó.
    Una última cosa. La democracia alemana llevó al poder a los nazis, por eso los alemanes fueron responsables del holocausto... Del mismo modo, somos mucho más responsables de lo que hiciera Aznar o Zapatero (por vivir en democracia) que de lo que hizo Franco (por vivir en dictadura). ¿Cúanta es nuestra responsabilidad? Depende del sentido de nuestro voto. Uno no puede pensar que no tiene que ver con la política del gobierno, después de haber votado por él, y lo mismo con el voto a cualquier partido. Por eso la corrupción, en política, nos mancha a todos.

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