Marta Sarabia Maza
Un día me levanté casi dos horas antes de que sonase la alarma de mi despertador. Estaba nerviosa y con ganas de comenzar ese nuevo e inolvidable camino. Metí todo lo necesario en mi mochila y empecé a andar. Lo primero en que me fijé fue en lo larga, difícil y oscura que era la senda, pero pasito a pasito fui avanzando. Con cada paso que daba iba creciendo… Había obstáculos y, además, mucha gente como yo, con la angustia y la emoción que yo sentía. Eran personas sin rostro, desconocidas, sin forma, misteriosos bocetos aún por descubrir. Y había, también, personas encantadoras a las que me arrimaba, porque me gustaba su compañía. En ellas encontré algo que me atraía... Llamaban mi atención con sus palabras. Me quedaba embobada oyendo lo que decían, y sigo haciéndolo... Espero poder andar junto a ellas el resto de mi vida.
El camino, que parecía interminable, se va acabando. Estoy superando los últimos obstáculos. Quedan pocos metros para alcanzar la ansiada meta. Miro hacia atrás y veo gente. Personas que me han guiado, personas que me han enseñado, personas que me han ayudado, compañeros con los que era agradable trabajar y mayores que han intentado grabar sus ideas en nosotros, mientras nosotros intentábamos entender.
Ahora admiro a estas personas a las que antes veía como simples apoyos que nos ayudaban a seguir en el camino. Cada una, con su propio estilo, me enseñó a pensar, a buscar dentro de mi, en los libros y en las palabras que escucho, para intentar ser mejor. De todas he aprendido. Quizá se me olviden sus nombres, pero siempre estarán conmigo, aunque aún me quede mucho por andar... Y sigo caminando para poder terminar y continuar mi camino.
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