Carlos Rodríguez Mayo
Nuestra ría es un lugar de paso, una encrucijada, un sitio en el que se pasan años antes de la gran migración. Lo sabemos, somos parte de la ría. Somos una marea incontenible, ese espécimen salado que se impregna de cañas y barro cada mañana y se retira a las dos y cuarto, normalmente en autobús. Vivimos como las sirenas, en el fronterizo paisaje entre el mar, el cielo y la tierra, sometidos al azar de los caprichos de nuestros múltiples destinos, que han cruzado sus trayectorias en este punto del mapa sin saber por qué ni para qué. Tenemos en común la lluvia y el sol de mayo, el frío de enero y febrero y este espacio construido en el que todos improvisamos sin guión. La ría mueve el caudal de nuestras almas al antojo de la luna y deja que cada cual ordene su pasado de manera distinta. Es por eso que el olvido pone tipex en mil frases diferentes de cada sector de memoria inútil, en las palabras sin uso y en las ideas sin cauce. Es por eso que unos se empeñan en conservar los tiempos felices y otros en cultivar la ira de los suspensos. Es por eso que hay quien piensa que aquí sólo hay amos y esclavos, depredadores y víctimas, mientras otros prefieren explicar lo sucedido por las leyes del amor y la nostalgia.
Entre tanto diverso rito, sin embargo, el tiempo que hemos vivido hará posible que nos reconozcamos en la entelequia del futuro. Si hemos trazado en común las líneas de la perspectiva y un punto de fuga al final, ese punto servirá. Mientras sigo debatiendo la penumbra de este lienzo interminable, muchos de vosotros partiréis... Os despido, haciendo esfuerzos por grabar mil desenlaces en esta flaca memoria, que ya sólo guarda lo que tiene algún significado; os despido desde el puente de la ría, que ve cómo la marea llena las aulas y luego las vacía; os despido disfrazado de madroño en la rotonda central, tras la palmera canaria y el pino castellano, que no sirven ni siquiera para quitar el polvo a las ruedas del último de los autobuses. No os quiero engañar. Más allá sé que hay algo diferente, que no será mejor ni peor. No os daré ningún consejo, salvo que cultivéis los brotes verdes, que tanto costó plantar, y que sigáis siendo buena gente. Recordad que todo cambia, pero también permanece, y que viven en la ría patos de muchos colores y garzas de blanco tipex, que acaban por ser tan blancas que al final desaparecen.
Entre tanto diverso rito, sin embargo, el tiempo que hemos vivido hará posible que nos reconozcamos en la entelequia del futuro. Si hemos trazado en común las líneas de la perspectiva y un punto de fuga al final, ese punto servirá. Mientras sigo debatiendo la penumbra de este lienzo interminable, muchos de vosotros partiréis... Os despido, haciendo esfuerzos por grabar mil desenlaces en esta flaca memoria, que ya sólo guarda lo que tiene algún significado; os despido desde el puente de la ría, que ve cómo la marea llena las aulas y luego las vacía; os despido disfrazado de madroño en la rotonda central, tras la palmera canaria y el pino castellano, que no sirven ni siquiera para quitar el polvo a las ruedas del último de los autobuses. No os quiero engañar. Más allá sé que hay algo diferente, que no será mejor ni peor. No os daré ningún consejo, salvo que cultivéis los brotes verdes, que tanto costó plantar, y que sigáis siendo buena gente. Recordad que todo cambia, pero también permanece, y que viven en la ría patos de muchos colores y garzas de blanco tipex, que acaban por ser tan blancas que al final desaparecen.
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