Carlos Rodríguez Mayo
Me molesta mucho contemplar a los alumnos del instituto en el recreo. Cuando yo era niño, salíamos al patio, gritando en dirección al campo de futbol y no parábamos de correr. Los profesores de entonces se quejaban del olor a tigre que metíamos en clase. Ahora ya no hay nada semejante. Miguel Ángel García se encargó de organizar partidos informales con los alumnos de 1º y 2º, hasta su jubilación, y el instituto no supo agradecérselo, todo lo contrario. Se marchó asqueado del maltrato al que fue sometido por la antigua dirección.
Durante el curso actual, la mayor parte de los alumnos parecen habituados a cargar con su mochila. No ha habido más protestas que la que yo mismo sometí al claustro, durante el primer trimestre. Desde entonces, miro al patio en los recreos y me sorprende la pasividad con que soportan los alumnos esta situación. Actúan como si no fuera posible remediar la irracionalidad de esta pena indiscriminada de trabajos forzados, acostumbrados ante la fatalidad de lo que parece inevitable.
Sin embargo, el problema se puede remediar sin grandes complicaciones, porque en la actualidad hay tantos profesores de guardia en los recreos que el instituto estaría en condiciones de garantizar que no haya alumnos por los pasillos y que las mochilas, dejadas en el aula, permanezcan a buen recaudo. Me preguntarán, entonces, por la razón oculta que impide que se resuelva la cuestión, ¿cuál es el problema? Si no estoy mal informado, tan sólo se opone a la solución natural, que es la de organizar el instituto en aulas/grupo, la moda de las aulas/materia, una moda pedagógica que persigue la acumulación de medios diversos de cada asignatura en aulas determinadas, y que no suele utilizarse en demasía, por lo que resulta una medida de dudosa eficacia.
Pues bien, mientras los representantes de nuestros jóvenes y padres reclaman a la autoridad competente que satisfaga sus legítimas demandas, mientras los cargos directivos se reúnen y resuelven colegiadamente, nuestros jóvenes se encorban por el peso de los libros y tienen que renunciar a su normal movilidad en los recreos. Ojalá que los representantes de alumnos y padres sepan incluir entre sus prioridades esta cuestión no baladí y ojalá que la jefatura de estudios tome buena nota de ello para resolverlo definitivamente. Si se consigue cambiar, no me cabe la menor duda de que los alumnos del año que viene serán mucho más libres, al menos durante los cuarenta minutos diarios de sus recreos.
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