Día 1:
Suena el timbre y mi madre me espera con un bocadillo de mortadela a la salida del colegio. El día ha pasado sin pena ni gloria. Algún grito de la profesora de Inglés, varios goles en el recreo y pitidos insufribles de flauta en clase de música.
La tarde también transcurre con normalidad, la vida de un chico de sexto de primaria no llama la atención por original ni por extravagante; suele sucederse la misma rutina día tras día: merienda, tareas, kárate, y ya en casa, a cenar y a la cama.
Pero mañana no será igual. Estamos a finales de Abril y nos llevan al instituto, un lugar misterioso y desconocido del que algunos ya conocen cosas gracias a sus hermanos, que ya en edad de progresar marcharon hacia ese edificio marcado por las leyendas.
Mi vecina tiene la misma edad que yo, pero aparenta, por lo menos dos años mas. No es solo porque ha comenzado su madurez física, que yo no viviré en mis propias carnes hasta bien entrado el instituto, sino porque conoce los secretos del siniestro lugar. Tiene una hermana de 17 años que ha pasado los cinco últimos en el edificio que dentro de poco será mi segundo hogar. Son muchas las historias que ha llevado a casa cada día a la hora de comer, y los últimos partes que ha dado en el almuerzo de la vida en el instituto no son nada alentadores para los niños que, ilusionados, piensan dirigirse a la tierra prometida.
Mi vecina, a fuerza de escuchar todos los acontecimientos del colegio de mayores está ya curada de espanto. Es ella por tanto la compañera perfecta para acompañarme en la visita.
Día 2:
Me pongo mi mejor chandal, mi madre me revisa la lazada de las zapatillas de deporte y, cuando el bus cierra la puerta, mi querida mamá aporrea los cristales recordándome que me porte bien. En la última salida mi comportamiento no fue el más adecuado.
Acomodado en mi sitio, con los pies colgando, espero ansioso a que mi compañera comience a relatarme el futuro que nos espera en aquel lugar de fachada atrayente.
"Mi hermana es un poco sosa, siempre que cuenta algo lo hace con desgana y no le da emoción, pero lo que ocurre en ese sitio es extraordinario. Hay profesores que cambian de color cuando se enfadan y encolerizados lanzan a los alumnos que encuentran a su paso de una punta a la otra del pasillo. Los pupilos de estos extraños profes tampoco son muy normales. Forman grupos de 40 personas, agrupados normalmente por colores, para dar paseos románticos una vez acaban las clases, pero se acaban enfadando y se pelean bajo sobrenombres de poca originalidad y dudoso gusto. También comenta que, mas allá de los dominios del instituto, es importante conocer algunos lugares. Un camino cobra mucha importancia a pocos metros de la salida del centro. Es un pasillo donde todos se hacen regalos, para que luego digan que hemos perdido en valores, y huele a césped recién cortado todos los días, hierba fresca y reluciente, pero hierba de otros lugares como Pakistán, Colombia o Marruecos ( curioso). Espero que cuanto cuenta, sea verdad, ese lugar debe ser algo especial".
Bastaron sus palabras para que me planteara, al menos por un tiempo, dejar los estudios e ir a vivir con mi abuelo, a quien ayudaría en la huerta y en el taller a cambio de que me proporcionara una cama, 3 comidas diarias y 2 horas de mis series favoritas al día. No estaba preparado para el panorama que me aguardaba.
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