Carlos Rodríguez Mayo
Comienza el último trimestre. Para muchos se trata ahora de realizar el último esfuerzo para conseguir aprobar el curso.
El aprobado es un objetivo demasiado pobre para la mayor parte de los alumnos. Conseguir el nivel mínimo está al alcance de casi todos, incluso en asignaturas como las mías, que se basan en la acumulación de información. Para la mayor parte, bastaría con ponerse las pilas y con dejarse arrastrar por la inercia de unos métodos que se vienen repitiendo en clase durante todo el curso, para alcanzar niveles de notable o de sobresaliente. Sin embargo, muchos chicos, influidos por la vagancia o el desánimo, o afectados por la presión de las asignaturas en las que no se ha llegado todavía al nivel de suficiente, se dormirán en sus laureles y verán cómo se hunden sus notas. Los que así se comporten se labrarán ellos sólos el suspenso, mientras que los que sigan luchando es probable que consigan convencer al profesor de que merecen aprobar.
Para los profesores, el objetivo principal es enseñar sus distintas materias, aportar a los alumnos la sabia de sus conocimientos y el hábito de trabajo y de disciplina necesarios. Suspender mucho no es una buena solución, sino más bien un engorroso problema y un síntoma de desagradable fracaso. Por eso, no suele resultar muy difícil convencernos de que algo está cambiando. El afán por aprender siempre se expresa con preguntas, con las dudas que el proceso va creando en cada cual. Por lo tanto, si queréis que os apruebe un profesor, seguid mi consejo, preguntadle muchas cosas y pensad en sus respuestas. Es muy fácil demostrar que se intentan conseguir los objetivos y es muy fácil mejorar.
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