Carlos Rodríguez Mayo
El lunes pasado estuvo aquí Estíbaliz Ponce. Ella es una gran violoncelista que estudió en nuestro instituto la ESO, hace ya casi 10 años. Después su vocación la llevó lejos (al País Vasco, donde nació) y ahora vuelve, hecha ya una mujer, para organizar un taller de música en la Semana Cultural.
Me recordó que no se le daba nada bien la Geografía, en 3º de la ESO, y que sus maestros musicales nos pidieron que comtempláramos su caso como excepcional, permitiendo que pudiera seguir ejercitándose en ensayos interminables que se repetían día tras día. Yo le recordé su tímida sonrisa infantil y las dudas que afloraban a sus ojos ante el tremendo esfuerzo al que estaba sometida. También le enseñé que en el perfil de este blog la mencionamos en el capítulo de la música preferida y le comenté que Gonzalo Moure habló de ella cómo fuente o modelo para su novela “el síndrome de Mozart”. Le dije que me acordaba de su concierto en La Vidriera y también del de la Fundación Botín.
Ella era muy buena, una niña que tocaba como los ángeles y que parecía capaz de poder hacerlo aún mejor. Sin embargo, aún no tenía la edad suficiente como para entender exactamente el objeto de tanto trabajo, no entendía por qué estaba obligada a exprimirse hasta tal punto, mientras sus compañeros perdían el tiempo y se quejaban de tener que hacer algún examen. No atisbaba todavía las razones que aconsejaban utilizar esos años en adquirir el nivel técnico necesario para que su corazón pudiera tener comunicación directa con el sonido de su violencello y de esta forma poder entrar sin llamar en el centro de nuestras mentes.
Ahora he visto en sus ojos la mirada de una mujer de 26 años que ya sabe cual va a ser el objetivo de su vida. Ahora sabe que es capaz de hacernos vibrar, de conmovernos y está dispuesta a hacerlo. Tan sólo necesita de nosotros una disposición abierta a escuchar con atención. Hagámoslo. Disfrutemos de su belleza.
Me recordó que no se le daba nada bien la Geografía, en 3º de la ESO, y que sus maestros musicales nos pidieron que comtempláramos su caso como excepcional, permitiendo que pudiera seguir ejercitándose en ensayos interminables que se repetían día tras día. Yo le recordé su tímida sonrisa infantil y las dudas que afloraban a sus ojos ante el tremendo esfuerzo al que estaba sometida. También le enseñé que en el perfil de este blog la mencionamos en el capítulo de la música preferida y le comenté que Gonzalo Moure habló de ella cómo fuente o modelo para su novela “el síndrome de Mozart”. Le dije que me acordaba de su concierto en La Vidriera y también del de la Fundación Botín.
Ella era muy buena, una niña que tocaba como los ángeles y que parecía capaz de poder hacerlo aún mejor. Sin embargo, aún no tenía la edad suficiente como para entender exactamente el objeto de tanto trabajo, no entendía por qué estaba obligada a exprimirse hasta tal punto, mientras sus compañeros perdían el tiempo y se quejaban de tener que hacer algún examen. No atisbaba todavía las razones que aconsejaban utilizar esos años en adquirir el nivel técnico necesario para que su corazón pudiera tener comunicación directa con el sonido de su violencello y de esta forma poder entrar sin llamar en el centro de nuestras mentes.
Ahora he visto en sus ojos la mirada de una mujer de 26 años que ya sabe cual va a ser el objetivo de su vida. Ahora sabe que es capaz de hacernos vibrar, de conmovernos y está dispuesta a hacerlo. Tan sólo necesita de nosotros una disposición abierta a escuchar con atención. Hagámoslo. Disfrutemos de su belleza.
Madre mía, Carlos, que me sonrojo, ¡jajaja! En realidad sí sabía para qué tanto esfuerzo... de lo que no era consciente era de cosas que dejaba por el camino. Pero ha merecido la pena, siempre quise tocar los corazones de la gente. Y lo voy consiguiendo.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Estibaliz. Lo que haces, ese esfuerzo interno por ser cada día mejor, vale mucho más de lo que crees... Hace falta mucho ánimo...
ResponderEliminarUna pregunta. ¿Qué pasó en la semana cultural? No te vi anunciada. No sé si viniste o no viniste.