Carlos Rodríguez Mayo
Se acerca el 8 de marzo, el día de la mujer, un día en el que volveremos a oir hablar de igualdad. La igualdad no procede de la naturaleza, sino del liberalismo ilustrado, que no la interpreta nunca como igualdad real sino como igualdad ante la ley. Luego, el mito de la igualdad será cultivado por los socialistas ante la injusticia social del primer capitalismo de burgueses ricos y proletarios empobrecidos, pero su igualdad es sólo una igualdad económica, de riqueza.
Finalmente, el mito de la igualdad se lo apropian las feministas para tejer una idea del mundo en la que la igualdad se extiende a todo. Tenemos que ser iguales, comportarnos igual, saber lo mismo, pensar lo mismo. Las mujeres no tienen por qué ser más sensibles o más cariñosas, eso es sexismo, dicen. Los hombres no tienen tampoco por qué ser más agresivos o cultivar su fuerza, eso es también sexismo. De esta forma se combaten las evidencias científicas que señalan que el pensamiento femenino se produce de manera neurológicamente diferente al masculino, se combaten los juegos de niños o de niñas porque todo ha de ser igual, a pesar de que en la mayoría de los casos (no siempre) los niños prefieren hacer cosas de niños y las niñas hacer cosas de niñas, a pesar de que en general las mujeres viven más y nacen menos, a pesar de que las mujeres maduran antes y son más hábiles en el manejo del lenguaje, a pesar de que los hombres denotan unas mayores capacidades para la abstracción espacial y suelen ser más fuertes y más rápidos.
Los que tenemos experiencia, los que ya somos mayores y hemos tenidos hijos sabemos que, por fortuna, somos diferentes y que esa diferencia tiene mucho que ver con la naturaleza, porque es lógico que una madre se transforme de repente en otro ser cuando tiene un hijo. Sabemos que son estas diferencias las que han servido a todas las culturas herededas para atribuir a la mujer un papel insoslayable en la educación de los hijos y sabemos que a través de estas culturas se cuela la discriminación, que hay que combatir, en cuanto que limita las oportunidades de la mujer, sin que por ello se ataquen los valores asociados a la distinta función tradicional de madres y padres. Por lo tanto, en conclusión, a mi me parece que hay que combatir el sexismo, que discrimina, pero también hay que aceptar que somos diferentes y que es bueno que así sea. Hay que cambiar para adaptarse, pero sin destruir lo mucho que el pasado ha construido, porque también somos historia.
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