Carlos Rodríguez Mayo
Raquel escribe hoy sobre la estampida de los novillos. Con sentido del humor nos describe cómo se extiende este comportamiento, ante la sonrisa divertida de los compañeros y la supuesta tolerancia de los padres... El buen tiempo, Villa María, el aburrimiento ante la repetición del rito diario de las clases, la atracción que ejerce la transgresión entre los adolescentes, todo se une para favorecer que la falta se produzca, y más si es viernes... Los profesores tenemos alguna responsabilidad en esto por programar demasiado pronto la segunda evaluación y por llenar de actividades extraescolares estos días. Así los grupos se escinden, con lo que resulta suicida avanzar los programas y los problemas se multiplican para realizar algún examen. Las faltas se fijan en los partes y se comunican a las familias, sin que por ello se minimicen las ausencias, sino todo lo contrario. Hoy, por ejemplo, en estudio de 1º de bachillerato sólo han venido tres alumnos de treinta, y en historia del mismo curso seis (protagonistas de un examen de recuperación) de veintidós. La sociedad tolera el fenómeno y el problema crece y crece y se aplica a alumnos cada vez más jóvenes e inexpertos y el riesgo de que algo grave suceda va aumentando. Además, los novillos producen otros efectos perniciosos, porque los programas no avanzan y el sentido del trabajo de los centros educativos se desvirtúa. Es muy atinada la pregunta de Raquel: ¿Qué hacemos?
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