martes, 1 de febrero de 2011

Agresividad

Carlos Rodríguez Mayo
Aunque no soy orientador, me permito opinar acerca de la preocupación expresada por los autores del "Estudio estatal sobre la convivencia escolar en la ESO" por el aumento de la proporción de mujeres que considera que es más atractivo un hombre agresivo.
Entiendo que esta preocupación se origina en la relación que existe entre agresividad y violencia, y entiendo que se persiga una educación que ataque la raíz de la violencia de género, pero esto nunca puede justificar el ataque a una cualidad positiva. La agresividad no es necesariamente mala. Según el diccionario de la RAE es tanto "la propensión a acometer, atacar o embestir" como "el brío o pujanza, la decisión para emprender algo y arrostrar sus dificultades". Es una componente más del carácter de los dos sexos que no hay que limitar, sino educar. Anular la agresividad masculina o femenina sería tan ridículo como reducir la potencia de los coches por el temor a que alcancen una velocidad superior a las normas. Del mismo modo, entender que deberíamos educarnos para desear coches menos potentes, supondría poner en cuestión las razones por las que queremos un coche. Además, la abundancia de mensajes en el sentido de construir un hombre no agresivo tiende a confundir el espíritu indeciso de los chicos a los que por un lado se sugiere que no pueden renunciar a su papel de protector y por otro se les acusa de ejercer este papel de forma agresiva.
A los psicólogos conductistas que creen en la posibilidad de una ingeniería del comportamiento que aplicada de modo masivo pueda cambiar las cosas en este punto (como se sugiere en algunas de las conclusiones de este estudio) les pronostico malos resultados. A mi parecer, no es posible transformar la idea básica de la masculinidad o de la femineidad desde fuera de la experiencia cotidiana de lo que podríamos llamar el curriculum oculto (lo que no se enseña con palabras). No se puede, porque ambas ideas no son sólo construcciones culturales. Ambas parten, de una raiz natural diferenciada que está en la genética de nuestra concepción y que se desarrolla de forma imparable y definitiva a los dos meses de embarazo, en el vientre de nuestras madres.          

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