lunes, 11 de marzo de 2013

Por una evaluación seria del bilingüismo

Carlos Rodríguez Mayo
El gobierno regional, a través de su presidente, se ha hecho eco de un proyecto de remuneración especial para profesores que impartan en inglés su materia, en función de los resultados que obtengan sus alumnos, para no provocar, dicen, injusticias comparativas. 
Después de pensarlo largamente he llegado a la conclusión de que establecer comparaciones entre los distintos profesores en función de los resultados de sus alumnos es una pretensión casi imposible, dada la variedad de los niveles de estos y dado que su medición implica graves problemas (porque habría que evaluar tanto la materia impartida en inglés como el dominio del idioma extranjero), además de que lo evaluado podría verse influenciado por múltiples condicionantes que no sólo dependen del profesor. Sin embargo, también he de decir que dicha pretensión incluye algo positivo: la necesaria evaluación del bilingüismo que o bien no se ha hecho o bien se oculta por motivos inconfesables. 
Cuando Mario Bedera salía de su cargo de Director General del Ministerio de Educación del pasado gobierno del PSOE, dejó caer la especie de que nuestro bilingüismo no funcionaba (Diario Montañés. 1-III-2011). Desde entonces nada ha variado, salvo que cada vez se destinan menos recursos a la enseñanza con lo que resulta imposible que el asunto haya mejorado. Por lo tanto, apostar por mantener el rumbo de nuestros PPLE es continuar en la línea demagógica del gobierno anterior, que vendió como un avance su bilingüismo hasta el final, aunque, repito, si se pretende premiar a los profesores cuyos alumnos progresen más, tendremos por fin algo que vengo solicitando desde hace muchos años: Una evaluación seria de nuestro bilingüismo. Contando con ella podremos valorar mejor los efectos catastróficos que genera una enseñanza en inglés en alumnos que no saben este idioma y en las asignaturas que prescinden o racionan el uso del castellano, así nos enteraremos de la discriminación que se produce entre alumnos y profesores de grupos bilingües y no bilingües, y así llegaremos a la conclusión de que existe otro bilingüismo posible, con profesores de inglés o profesores nativos en horario de tarde para alumnos voluntarios, en el que se podría gastar todo el dinero que se estimase pertinente y que no produciría ningún efecto negativo. 
Por lo tanto, una vez más debo repetir que insistir en este mal biligüismo es dejar que la enseñanza española se deslice por el desagüe hacia las alcantarillas del subdesarrollo. Hay que oponerse a que gobernantes sin ilustración que no saben de lo que hablan ni lo que proponen sigan llevándonos al desastre. Hay que decirles que, antes de dar los pasos que imaginan, evalúen de verdad el sistema para ver cómo los alumnos bilingües no aprenden más inglés (comparensé, por ejemplo, los resultados de inglés en selectividad de los centros bilingües con los no bilingües) y cómo tienden a empeorar los resultados en Lengua Española y en las asignaturas que se imparten en un idioma extranjero.
A mi modo de ver, empeñarse en gastar más para hacer que todo empeore es lo que ahora se propone. Algunos de los que tenemos experiencia en centros bilingües y no tenemos intereses creados en ello sabemos lo que pasa y lo hemos dicho. Yo lo sigo diciendo. Me niego a que los alumnos intenten aprender más inglés a costa de saber menos Historia o menos Ciencias Naturales. No tiremos el dinero ni nos empeñemos en tirar por la borda lo poco que ahora tenemos. Cambiemos de bilingüismo.

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