jueves, 27 de junio de 2013

¿Ciencias Naturales bilingües?

Carlos Rodríguez Mayo
Durante años, algunos profesores, como Javier Barba, han impartido algunas de sus clases en inglés para facilitar el acceso y el mantenimiento del instituto en esa enseñanza que llamamos bilingüe, de la que nuestro centro fue pionero. Hoy, diez años después, las cosas empiezan a cambiar. Javier y algunos de los antiguos profesores bilingües abandonan su enseñanza por razones de carácter personal, que no vienen al caso.
Durante estos diez años, de la boca de Javier y de los profesores de su entorno no ha salido una sola palabra en contra del bilingüismo y sí muchas a favor, enfrentándose para ello con los pocos que criticamos el PPLE del centro porque provocaba la discriminación entre profesores y alumnos bilingües y no bilingües y por los resultados negativos que evaluamos en alguno de los departamentos implicados en él. Para prevalecer frente a estas críticas, Javier no ha dudado en acusarme a mi y a los que han defendido mi posición de olvidar el servicio a los alumnos y de estar movidos por intereses personales.
Sin embargo, ahora, cuando Javier se ve obligado a dejar la enseñanza bilingüe, las cosas cambian. Ni una sóla palabra para defender la presencia de las Ciencias Naturales en el PPLE. En orden a la coherencia personal que se debe pedir a todo individuo responsable, se echa en falta que los que como Javier han defendido año tras año los buenos resultados del bilingüismo en sus asignaturas, no planteen en los órganos didácticos del centro, o directamente ante la autoridad, ninguna gestión para defender aquello que tan bien funcionaba según sus memorias, cuando ellos eran los máximos responsables. Si Javier fuese coherente con lo que ha dicho, habría intentado negociar ante la autoridad un perfil bilingüe para la plaza que quede libre cuando se jubile Gonzalo, y ahora que él abandona, pediría como director para el próximo curso un profesor bilingüe de Ciencias Naturales que permitiese mantener a su asignatura dentro del PPLE. Sin embargo, ¿qué hace hoy Javier Barba? ¿Qué dice? Pues que Ciencias Naturales sale del PPLE.
Con el tiempo la historia deja a cada cual en el lugar que le corresponde. Esperemos acontecimientos.

domingo, 23 de junio de 2013

La úlltima clase

Carlos Rodríguez Mayo
Prima non datur et última dispensatur, decía un viejo proverbio en lengua latina para referirse en la universidad medieval a la clase con que daba comienzo el curso y a la que lo ponía fin. Su contenido se cumplía año tras año y sus efectos, pensaba, llegan hasta la actualidad. En efecto, hoy en día, lo normal es que las clases comiencen con una larga intervención del profesor, que pasa lista y se presenta a sí mismo y a la asignatura, cita los libros de texto y comenta lo que se espera de los alumnos. Por eso, la materia de ese día no entra en examen y es, desde el punto de vista de los chicos, un día que no cuenta.
La clase final, sin embargo, sí que se prepara. El profesor necesita comentar lo que ha sucedido, el nivel, el seguimiento, los acontecimientos relevantes y los resultados. Para los alumnos las necesidades son distintas. Ellos quieren saber las notas y volar. Una vez que se saben aprobados ya nada les preocupa y, sí pueden, desertan de las aulas. El viernes pasado, el último día del curso, tuve sólo dos clases. En una tuve cinco alumnos y en la otra, cuatro. Así que me tuve que guardar las conclusiones y no pude sondear sus puntos de vista acerca de lo sucedido.
Ahora pienso de nuevo en el viejo proverbio latino y decido que en adelante será mejor cambiarlo: "Prima non datur et ultima non recepitur". Y es que, en nuestros tiempos, los profesores ya no mandan o al menos no lo hacen de forma exclusiva. Ahora, en esta época de "huelgas", de  derechos y de libertad, la mayor parte de los alumnos son los sujetos de la falta, los protagonistas de la ausencia, mientras que los padres, que deberían controlar o impedir estos comportamientos, los asumen, los justifican o los toleran. Este es, si alguien no lo remedia en algún momento, el sentido de la dirección de los cambios hacia el futuro. 

La LOMCE y el sentido común

Miguel Martínez Renobales. Profesor de Lengua y Literatura del IES Augusto González de Linares
Hace unos días apareció en el Diario Montañés el artículo del profesor Miguel Ibáñez, director del Centro de Formación del Profesorado de Santander, titulado “Bondades de la Educación”, en el que, entre otras afirmaciones extremadamente provocadoras, que es mejor obviar porque ni favorecen el debate ni constituyen argumentos sobre nada, acredita el “sentido común” de la LOMCE con la idea de que habilita pruebas para detectar dificultades de aprendizaje en Primaria, como si nada se hubiera hecho en tal sentido hasta ahora, y también con que “en Secundaria se pueda escoger a una edad razonable entre dos vías, una orientada hacia la Formación Profesional y otra hacia el Bachillerato”, calificando de razonable un momento muy discutido en los países europeos desde hace muchos años. 
Una vez más, nos hallamos frente a uno de los pilares del argumentario (?) en defensa de la LOMCE: el “sentido común”. Y todos los que nos oponemos de un modo u otro a la ley no tenemos ningún crédito o somos objeto de peregrinas descalificaciones, por no reconocérselo, tal y como ella misma se atribuye en el preámbulo. Ahí es nada. La autoridad dotando de legalidad al “sentido común” (el suyo, por supuesto) para inhabilitar como espurias al resto de las iniciativas que no se le acomoden.
Justificar la multiplicación de reválidas con la pretensión de “mejorar el rendimiento” es un error porque así se desviarán más alumnos del camino del estudio; proponer la elección de itinerarios tempranos entre Bachillerato y Formación Profesional para reducir el abandono escolar es otra equivocación, porque, según afirman los propios interesados, lo que les mueve a dejar las aulas es el dinero fácil y no lo que encuentran en ellas; incorporar a los alumnos con dificultades en planes “de mejora” les adjudica automáticamente el calificativo de “peores”; hacer desaparecer de la escuela la formación en ciudadanía es privar a los estudiantes de un conocimiento necesario para su maduración;… Y suma y sigue. Fallos todos de “sentido común” y provocados por el mismo yerro: no escuchar. Sobre todo por eso, por no escuchar. 
En los asuntos de enseñanza y aprendizaje, el protagonismo debe adquirirlo el aprendiz, que es para quien se diseñan los planes, y no la autoridad, como parece traslucirse en la LOMCE. En la novela de la educación para todos, el que manda debe desempeñar su papel sin permitir que se lo usurpe nadie, por supuesto, pero mal vamos si se arroga la relevancia del primero y entramos en un nuevo desorden, porque no atiende, no escucha. En administrar este problema consiste el reto de la democracia y ningún lugar mejor que la escuela para encauzarlo con calma y sin complejos. 
En otras épocas y en otros países, los grandes cambios legislativos en educación han sido promovidos después de un prolongado debate en el que se han manejado resultados de evaluaciones diversas y no parece que haya funcionado mal el procedimiento. Aquí, nosotros, como tenemos prisa (?), cortamos y pegamos y, de paso, marramos el intento descalificando los treinta años anteriores. Sirvan como ejemplo, entre otras medidas, que en los últimos cursos de la E.S.O. se interviene haciendo desaparecer los planes de Diversificación, que son del año 2004, sin que tengamos noticia alguna de su evaluación, o incorporando un Curso de Acceso a Ciclos de Formación Profesional de Grado Medio, aparentemente innecesario, mientras ignoramos otro en el nivel superior, claramente demandado y reconocido por la Administración anterior. Y, en cuanto a las materias, que es lo que importa en la formación del profesorado, las didácticas de las asignaturas han aportado novedades en metodología y en evaluación que han removido el debate sobre los contenidos y proporcionado más fundamento al aprendizaje. Pero aquí también despotricamos sin matices y, en vez de seguir por ese camino, atajamos por la vía de los exámenes y el “sentido común”, cuando sabemos que el asunto no tiene nada de sencillo. Es verdad que el modelo de la evaluación necesitaba una revisión, pero como perdamos de vista el viejo objetivo de incorporar a todos al sistema educativo, me temo que lo que comenzó a abrirse paso hace unos treinta años y que, en gran medida, fue desarrollado en la escuela pública, acabe convertido en un itinerario de obstáculos donde queden arrinconados demasiados aprendices incapaces de superarlos.

viernes, 21 de junio de 2013

Alicia en el país de las maravillas

Carlos Rodríguez Mayo
En el país de las maravillas se hablaba griego y latín. En el país de las maravillas, que floreció en el renacimiento, la belleza, la verdad y la bondad eran ideales platónicos útiles que brotaban del rigor de la razón para intentar perseguir un recto equilibrio entre los contrarios. A veces, como le sucedió a Galileo, la belleza y la verdad se enfrentaban con los valores medievales obligatorios que emanaban de la fe. A veces, como aconsejaba el gran Erasmo de Rotterdam, el saber se enfrentaba con la triste realidad, cuajada de corrupciones. En el país de las maravillas, se usaba de una enseñanza humanística, que enseñaba a los alumnos a hacerse hombres a través de los textos de los antiguos, cultivando el respeto y la consideración hacia los viejos senadores que acumulaban el tesoro de la experiencia.
Hoy en día ese país es tan sólo un territorio de la imaginación, un impreciso gato de Cheshire que aparece y desaparece sobre las ramas de un árbol marchito… Hoy en día, Alicia no tiene sitio entre los profesores de nuestro centro y eso constituye una gran pérdida, porque nos habla de la magra dimensión de nuestro bachillerato y porque supone una derrota más de nuestro brillante pasado frente al mediocre e ideologizado presente.
Lo siento Alicia. Lo siento por ti, por el centro, por las humanidades y, también, por los alumnos.

domingo, 16 de junio de 2013

Excesos pedagogistas

Carlos Rodríguez Mayo
Un artículo, publicado la semana pasada en el Diario Montañés por Miguel Ibañez, ha provocado una reacción, que ha tomado la forma de un rumor insistente y monocorde que circula por las salas de profesores y por las cafeterías de nuestros centros. Aunque este rumor todavía no ha producido textos escritos, que yo sepa, su contenido tiende a cultivar la idea de que los que desempeñan cargos públicos, como Miguel en el CEP, deberían inhibirse en la crítica de las teorías pedagógicas al uso. Este vulgar cotilleo me resulta preocupante. La censura, el silencio impuesto, es todo lo contrario a lo que yo defiendo. Para mi, toda reflexión escrita es una bendición que nos permite saber, entender. Por eso y porque no puedo dejar de apoyar a los que discrepan y asumen planteamientos semejantes a los míos, no quiero pasar del tema y callarme. Miguel escribe, hablo de memoria, en contra de los excesos de la práctica constructivista. En eso, me parece, hay que darle alguna razón. Recuerdo, por ejemplo, a un cargo político que llegó a establecer “que las clases magistrales estaban prohibidas” y cómo se llegó a legislar la obligatoriedad del “constructivismo”, que es una teoría pedagógica y no una verdad oficial.
Para mi, lo peor de estos excesos se relacionaba con el descrédito de lo teórico, de lo científico, que la intromisión de la prioridad pedagógica introducía. La extensión de la metodología de la tormenta de ideas, por ejemplo, reservaba para el profesor el nivel de coordinador de un conocimiento intuitivo de la realidad que se suponía que tenía adquirido ya el alumno. El problema aparecía cuando el joven se sentía facultado para establecer una elucubración divergente a la del concepto impartido y porfiaba en su ocurrencia, despreciando los argumentos científicos que el adulto estaba obligado a comunicar. Otro problema era el de minimizar la importancia del conocimiento científico en el proceso de selección del profesorado y, en especial, en oposiciones, para primar de ese modo el criterio de la práctica didáctica. Así se privilegiaba a la experiencia frente a la competencia, cuando ambas se enfrentaban, así se prefería al interino iletrado frente al extraño opositor que sabía más y mejor del tema sobre el que se estaba juzgando.
A pesar de estos excesos, intentando matizar el contenido de lo escrito, no debería acabar sin decir que los CEP y sus metodologías activas han aportado lo mejor de todo el proceso de renovación de la enseñanza de los últimos treinta años. Sin embargo, pongamos las cosas en su sitio. Entre tantos cursillos inteligentes, entre tantas aportaciones válidas, se colaron muchos indocumentados, muchos falsos profetas que pretendían enseñarnos sin experiencia y sin sabiduría. Ha habido mucha propaganda, mucho trabajo sucio para intentar atacar la profesionalidad de nuestros compañeros más tradicionales. Muchas palabras huecas contra los apuntes y los subrayados en los libros. Nos hemos pasado de largo. Por eso yo no murmuro. Por eso yo dejo de lado el cotilleo y escribo, como ha hecho Miguel Ibañez, y lo hago aquí, para decir lo que pienso, con mi nombre y apellidos por delante.              

sábado, 8 de junio de 2013

Violencia en la Complutense

Carlos Rodríguez Mayo
Me cuentan que era el 22 de abril de 2013 y que en el Campus de Somosaguas corrían las cucarachas por el suelo después de la larga huelga de la limpieza. Una parte de los profesores y otra de los estudiantes se había solidarizado con los huelguistas o bien había cedido en su derecho para no tener que soportar el mal olor y la apariencia tercermundista de las facultades. En una de ellas, en Ciencias Políticas, M.I.C. realizaba un examen de Derecho Internacional a sus alumnos, cuando un piquete de alborotadores entró en su clase. El docente, al parecer, intentó convencer a los intrusos de que debería respetarse el derecho de los alumnos a acabar su examen sin interferencias externas, pero uno de ellos no se atuvo a razones. Dicen que, preso de la agitación del momento, el violento agarró a M.I.C. por el cuello y le propinó unas cuantas bárbaras patadas en unos segundos densos que ninguno de los presentes pudo evitar, a pesar de que, más tarde, denunciaran los hechos ante el decano.
Al día siguiente, la noticia aparecía en "La Razón", que contaba lo sucedido de forma escueta, sin dar detalles, en un artículo firmado por E. Sicilia... ¿Y después? Nada más, silencio... Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene para un país como éste un pequeño detalle violento? ¿Qué más da que se golpee a un profesor por cumplir con su deber? ¿Qué más da que se pisoteen los derechos de los alumnos a realizar un examen cuya fecha se ha acordado previamente para que sea la fecha de todos, después de haber sido aprobada como la más conveniente por la mayoría? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?