domingo, 23 de junio de 2013

La úlltima clase

Carlos Rodríguez Mayo
Prima non datur et última dispensatur, decía un viejo proverbio en lengua latina para referirse en la universidad medieval a la clase con que daba comienzo el curso y a la que lo ponía fin. Su contenido se cumplía año tras año y sus efectos, pensaba, llegan hasta la actualidad. En efecto, hoy en día, lo normal es que las clases comiencen con una larga intervención del profesor, que pasa lista y se presenta a sí mismo y a la asignatura, cita los libros de texto y comenta lo que se espera de los alumnos. Por eso, la materia de ese día no entra en examen y es, desde el punto de vista de los chicos, un día que no cuenta.
La clase final, sin embargo, sí que se prepara. El profesor necesita comentar lo que ha sucedido, el nivel, el seguimiento, los acontecimientos relevantes y los resultados. Para los alumnos las necesidades son distintas. Ellos quieren saber las notas y volar. Una vez que se saben aprobados ya nada les preocupa y, sí pueden, desertan de las aulas. El viernes pasado, el último día del curso, tuve sólo dos clases. En una tuve cinco alumnos y en la otra, cuatro. Así que me tuve que guardar las conclusiones y no pude sondear sus puntos de vista acerca de lo sucedido.
Ahora pienso de nuevo en el viejo proverbio latino y decido que en adelante será mejor cambiarlo: "Prima non datur et ultima non recepitur". Y es que, en nuestros tiempos, los profesores ya no mandan o al menos no lo hacen de forma exclusiva. Ahora, en esta época de "huelgas", de  derechos y de libertad, la mayor parte de los alumnos son los sujetos de la falta, los protagonistas de la ausencia, mientras que los padres, que deberían controlar o impedir estos comportamientos, los asumen, los justifican o los toleran. Este es, si alguien no lo remedia en algún momento, el sentido de la dirección de los cambios hacia el futuro. 

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