jueves, 28 de febrero de 2013

Un mensaje firmado para un profesor anónimo

Carlos Rodríguez Mayo
El anonimato es el comportamiento de los que tiran la piedra y luego esconden la mano. En algunas ocasiones el anonimato se adopta porque se sabe que la acción es delictiva, en otras porque no se quiere asumir la responsabilidad de lo que se hace. Viene esto a cuento por la "ocurrencia jocosa" de añadir los nombres de unos políticos significativos en la derecha de este país, en la lista de los que se sumaban a una comida a la que se invitaba a todos los profesores.
Yo, que me había comprometido a asistir, me he sentido concernido por las consecuencias que se deducen de la acción del anónimo comunicante y quiero ejercer mi derecho a la queja por la bajeza moral que supone semejante comportamiento. Me importa poco saber quién ha sido, pero quiero que sepa su autor que los que hemos acudido a la comida no nos sentimos vinculados por sus groseras apreciaciones. Que sepa también que su actitud es irrespetuosa y antidemocrática, porque democracia es sobre todo responsabilidad, y que, aunque me gustaría saber qué extraños motivos pueden mover a un persona formada, a un profesor de instituto, a protagonizar un papelón tan inconveniente, prefiero que no vuelva a dirigirme la palabra. Aire...          

sábado, 23 de febrero de 2013

Los héroes del consenso

Carlos Rodríguez Mayo
Hoy es 23 de febrero. Una fecha trascendente en nuestra historia en la que unos reaccionarios del ejército y una trama civil, poco conocida aún, intentaron un golpe de estado que, al final, no pudo imponerse al sistema político que combatía: el mismo sistema desgastado y corrupto que ahora en 2013 criticamos, el sistema de partidos que acababa de instaurarse en España y que llamamos democracia.
La democracia, nuestra naciente democracia de entonces, resistió el embate gracias al rey, a Europa y al apoyo que le brindaban nuestra sociedad de clases medias. Sin embargo, los héroes de aquel evento no fueron en realidad verdaderos demócratas y sí dos hombres de la transición, dos personalidades que hicieron carrera con Franco y que aceptaron la necesidad del cambio que el rey proponía e impulsaba. Ellos fueron el ariete contra el que se estrellaron los golpistas, el símbolo de la nueva democracia, la cara de la dignidad frente a la cruz de la fuerza salvaje de las armas.
Yo no era partidario de Suárez. Procedo de una familia republicana que perdió todo su patrimonio por la guerra civil y que supo algo de la cruel humillación que ejercieron los vencedores sobre los vencidos. Tal vez por eso asistí a la retransmisión de lo sucedido en la Carrera de San Jerónimo pensando que una vez más me daban gato por liebre. No era posible, pensaba, que mis héroes, los valientes luchadores de la izquierda, los que habían desafiado las cárceles de Franco y las torturas de la brigada político social se hubiesen escondido bajo sus asientos. Su actitud me recordaba la ilustración de mi libro de texto con los diputados de la primera república saltando por encima de sus asientos del hemiciclo de las Cortes y un comentario que decía: “Los diputados huyendo vergonzosamente durante el golpe de estado de Pavía”.
Ahora, sin embargo, transcurridos ya más de 30 años desde aquello, después de leer a Javier Cercas (“Anatomía de un instante”), he cambiado de opinión. Ahora acepto las insuficiencias de mis líderes de entonces y agradezco a los dos héroes del 23 F que tuvieran los arrestos y el corazón suficiente como para mirar de frente a las balas. Aunque nunca he creído en la dictadura del proletariado, yo tenía entonces mi alma ocupada por la simplista máquina maniquea del sectarismo. Sin embargo ahora, cuando la experiencia ha iluminado mi pensamiento, cuando ya ha pasado el tiempo de la venganza y una crisis bestial lo invade todo, cuando el país demanda profundizar la democracia, la prioridad es para mi la de desarrollar el sentido de la participación y del respeto por la autoridad libremente elegida. Para ello hace falta diálogo y CONSENSO. No podemos permitirnos la burda discrepancia sistemática y la ofensa a la inteligencia (y a las leyes de la economía) de las simplistas proclamas de los partidos y sindicatos. Hacen falta líderes de verdad, como lo fue Suárez entonces, con fuerza e inteligencia para acordar con los contrarios, y una ley que no se imponga por la fuerza y sí por un verdadero consenso entre los partidos mayoritarios. Hacen falta nuevos héroes y un impulso por nuestra parte.
Dejar las cosas como están es dejar los graves problemas que padecemos hoy sin solucionar. Para solucionarlos unos buscan la revolución y otros pedimos el consenso. La mayoría, creo, preferiría un nuevo consenso profundo y verdaderamente democrático. Hay que pedir el consenso.  

martes, 19 de febrero de 2013

Para aprender hay que querer saber

Carlos Rodríguez Mayo
Le he estado dando muchas vueltas a la idea de que los directores se ocupen especialmente de la competencia comunicativa. Ellos han pensado que ahí estaba la base del problema, pero se han quedado cortos. Lo he comentado con algunos compañeros y casi todos hemos llegado finalmente a la conclusión de que los directores no dan clase a los alumnos no bilingües del primer ciclo de la ESO. Si lo hicieran se darían cuenta de que hay otro problema aún más grave y más común, el problema de cambiar el comportamiento de los que no quieren saber nada de lo que les cuentan sus profesores. El problema fundamental del sistema es éste. Según mi punto de vista, cada año el comportamiento de la clientela es más distante, más obstruccionista, más despreciativo hacia la labor del profesor. Cada año aprender resulta menos interesante para una parte de los alumnos. ¿Saben por qué sucede ésto? Pues porque cada vez se valora menos a quien sabe de lo que habla, a quien estudia, porque en esta sociedad del cotilleo y de la basura televisiva se tiende a poner en el mismo nivel al ignorante que al sabio, porque en un mundo materialista hay un gran déficit en la valoración de nuestra actividad (como resulta absolutamente explícito en la falta de reacción social ante las huelgas), porque la frecuente exhibición de la ignorancia y la cutrez de los adultos acaba justificando el desprecio manifiesto hacia el saber de muchos chicos y porque a los políticos sólo les interesa la enseñanza si da votos. Los profesores no podemos soportar esta defectuosa construcción en exclusiva. Nosotros poco podemos hacer sin la voluntad de nuestros alumnos. En su voluntad influye más la baja valoración social de lo que hacemos y el escaso respeto hacia nuestra función que todo lo que podamos contarles. Si los padres entran en el juego de poner en duda la labor de los profesores, si los directores miran hacia otro lado y plantean el asunto como un problema pedagógico y no de cultura social, los alumnos seguirán poniendo a prueba al sistema y continuarán produciendo su degradación sin ningún coste. Y es que no es posible comunicarse con quien no quiere escucharte, con quien no quiere nada de ti, porque piensa que no tienes nada que pueda interesarle.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Las redes sociales y la competencia comunicativa

Carlos Rodríguez Mayo
En la última reunión de la CCP, siguiendo el signo de una preocupación de las altas esferas, los jefes de departamento hemos asumido la obligación de realizar una reflexión sobre la competencia comunicativa en Lengua Castellana. Resulta evidente la necesidad de esta reflexión por los malos resultados de los institutos españoles en PISA y de nuestro instituto en particular en las evaluaciones diagnóstico realizadas. Para centrar el problema habría que preguntarse sobre ¿qué es lo que está fallando? y sobre el ¿cómo podríamos solucionarlo? Sin embargo no tenemos apenas información relevante. Yo tampoco la tengo, aunque sí que me gustaría introducir una hipótesis relacionada con la supuesta influencia de los móviles y de las redes sociales en el comportamiento lector y escrito de nuestros alumnos. A mi modo de ver es posible que parte de lo que está pasando no tenga que ver con un descenso real en la competencia de nuestros alumnos y sí con unos hábitos sociales deficientes. Según mi punto de vista, las redes sociales podrían influir en que los alumnos de hoy usen más que los de la generación de sus padres de la lectura y de la escritura. Este uso mayor no implicaría, sin embargo, un uso mejor, y sí una menor profundidad y reflexión. La comunicación resultaría hoy más superficial y con un nivel de incorrección sintáctico y ortográfico mucho mayor. En internet, por ejemplo, contrasta el comportamiento de una persona de edad, que lee todo lo que tiene delante y piensa antes de actuar, con la selección de los contenidos de los jóvenes, que antes de pasar a intentar comprender al emisor, valoran la utilidad del conjunto de un vistazo y la rechazan con rapidez si no les interesa... Pues bien, se me ocurre que algo análogo sucede en nuestras clases. Los alumnos no se toman el tiempo necesario para entender nuestros mensajes orales o escritos, no leen los enunciados de nuestros problemas ni lo que dicen los textos. Actúan como ante su teléfono u ordenador. Creen que el profesor o el compañero es como la máquina que tiene entre sus manos que obedece de forma continua a sus impulsos. Esperan que todo fluya a su alrededor y no saben ajustar su ritmo al de la clase. Los profesores percibimos que los alumnos cada vez preguntan más y cada vez atienden menos a las instrucciones formales que les proponemos. Todo resulta cada vez más desorganizado. Su comunicación oral suele carecer de análisis y de argumentación. Su comportamiento tiende a ser más irreflexivo y su expresión más primaria. Como profesor es fácil percibir que los alumnos rechazan los textos largos. Los rechazan como rechazan este sistema educativo que les ha descargado de una parte importante de la responsabilidad sobre su propio aprendizaje para echarla sobre las espaldas de profesores y padres. En consecuencia, el problema de la competencia comunicativa es tal vez un problema de hábitos sociales más que de hábitos comunicativos, un problema de ritmo de trabajo y de esfuerzo personal, de manera que su solución no está sólo en la creación o en el cultivo de nuevos hábitos de expresión y de lectura. La solución, en efecto, está también en las medidas correctoras del comportamiento que sean capaces de romper con esta especie de autismo social que las redes sociales están multiplicando, medidas que pasan necesariamente por la promoción del papel director del profesor, que es el único que puede proponer unas reglas de juego y un ritmo común a la expresión oral y escrita de sus alumnos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

La guerra de las palabras

Carlos Rodríguez Mayo
Entender que lo que ayer llamé novillos es una huelga, tal y como proclaman el sindicato de estudiantes y todos los medios de comunicación, es el punto de partida de la victoria de los convocantes y la derrota sin paliativos de los que nos oponemos a esta manipulación. El gobierno socialista que promulgó la ley que permite el procedimiento de inasistencia colectiva, se libró muy mucho de llamar huelga a esto. Pues bien, a pesar de ello, todos, incluído yo mismo, hablamos de la huelga de los alumnos, para entendernos.
La trampa de la palabra es enorme porque dota a los que siguen las convocatorias de un sentido reivindicativo, cargado de romanticismo, que resulta un acicate en una fase de la vida en la que los chicos quieren ser mayores. Contando con ello, en cuanto rozan un poco esta idea, los muchachos utilizan casi siempre este argumento político para justificarse, encubriendo al mismo tiempo otras intenciones que resultan mucho más eficaces, como son la de conseguir una menor dimensión de los temarios en el siguiente examen o la de disfrutar de unas vacaciones imprevistas. Ante la situación que se crea, yo les digo que hay que ser responsables y que ésto no es en sentido estricto una huelga (que es un derecho que los trabajadores ejercen mientras pierden su salario), que sería más apropiado llamarlo "vacaciones o novillos sindicales", que si esto fuese una huelga se confundiría a los cuerpos docentes con los cuerpos represivos o con la clase burguesa de los empresarios, propietarios de los medios de producción, y se olvidaría que, además de asalariados, los profesores somos una fuente imprescindible y muy costosa de conocimiento, que pagamos todos con nuestros impuestos. Les digo que no es lo mismo tener 200 días de clase que 150 y que no rellenar las aulas es dejar que sigamos cayendo hacia abajo en Pisa, lo mismo que los objetos que lanzaba Galileo para estudiar la gravedad.
Por eso, lo primero que habría que hacer para restablecer el equilibrio sería combatir a la palabra. Luchar contra el término huelga y buscar un sustituto razonable. Si no empezamos por ahí, mal andamos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Nueva huelga de estudiantes

Carlos Rodríguez Mayo
El sindicato de estudiantes ataca de nuevo y no creo que este año sea la última vez que lo haga. Razones para revolverse, razones para la discrepancia siempre las hay, y más en tiempos difíciles como éstos, pero de eso a tener que aceptar la amenaza de este mínimo grupo de estudiantes universitarios que movilizan sin coste alguno a toda la enseñanza media dos o tres veces al año hay cierta distancia.
Se ha dicho ya de cien formas diferentes que la huelga es un derecho que asiste a los trabajadores, pero es una encomienda imposible explicar a los adolescentes que hacer huelga no es lo mismo que hacer novillos, que es lo que acaban haciendo en su inmensa mayor parte. La responsabilidad de su asistencia, además, no debiera de ser nunca suya, porque son menores de edad. Es por esto que yo pienso que la huelga en enseñanzas medias, si es en verdad necesaria,  no debiera de ser convocada por el Sindicato de Estudiantes y sí por las AMPA de los centros. Por otra parte me parece que el asunto se comenta y se discute de forma incorrecta. En el caso de que haya huelga, no creo que se deba discutir de si ésta triunfa o no (que siempre triunfa), y sí de si se puede impedir que se manipule a los jóvenes. Lo que yo quiero decir es que bajar la cabeza ante la media docena de sindicalistas universitarios que convocan estas "huelgas" es una gran irresponsabilidad por parte de los partidos que los mantienen, por parte de los partidos que lo toleran, por parte de los padres y profesores, que se lavan las manos, y por parte de los equipos directivos que no asumen su responsabilidad de evitar que lo que sucede se repita una y otra vez.
¿Han oído ustedes alguna valoración de lo que se pierde en dinero, en conocimiento y en prestigio institucional por estas huelgas para cuya convocatoria basta con una rueda de prensa? ¿Han oído ustedes alguna idea para intentar regular el asunto e impedir la manipulación de tantos miles de muchachos? Pues de eso, también, somos responsables. Los alumnos de nuestros institutos no organizan huelgas si no es por causas concretas y muy próximas, con nombres y apellidos. Ellos no son aún adultos. Prefieren, como sus profesores, no tener clase a tenerla, y utilizan la convocatoria de huelga para no asistir. Frente a ellos, el sistema con los profesores, los padres y los poderes políticos debería actuar responsablemente para que no se dilapide el esfuerzo y el dinero que a todos nos cuesta ésto. Sin embargo, el sistema no lo hace. Vemos pasar ante nosotros la misma historia cada año y seguimos sin decir nada. El sistema no denuncia, no sanciona. Se inhibe a pesar del enorme coste y a pesar de los abusos que ocasiona. El silencio ante algo que es tan claro me parece una actitud culpable. Mi consejo es sencillo de entender y creo que es muy democrático. Dejemos a los sindicalistas universitarios que movilicen a sus compañeros de estudios en sus facultades e impidamos los multitudinarios novillos de los niños y muchachos de nuestras enseñanzas medias.