domingo, 23 de junio de 2013

La LOMCE y el sentido común

Miguel Martínez Renobales. Profesor de Lengua y Literatura del IES Augusto González de Linares
Hace unos días apareció en el Diario Montañés el artículo del profesor Miguel Ibáñez, director del Centro de Formación del Profesorado de Santander, titulado “Bondades de la Educación”, en el que, entre otras afirmaciones extremadamente provocadoras, que es mejor obviar porque ni favorecen el debate ni constituyen argumentos sobre nada, acredita el “sentido común” de la LOMCE con la idea de que habilita pruebas para detectar dificultades de aprendizaje en Primaria, como si nada se hubiera hecho en tal sentido hasta ahora, y también con que “en Secundaria se pueda escoger a una edad razonable entre dos vías, una orientada hacia la Formación Profesional y otra hacia el Bachillerato”, calificando de razonable un momento muy discutido en los países europeos desde hace muchos años. 
Una vez más, nos hallamos frente a uno de los pilares del argumentario (?) en defensa de la LOMCE: el “sentido común”. Y todos los que nos oponemos de un modo u otro a la ley no tenemos ningún crédito o somos objeto de peregrinas descalificaciones, por no reconocérselo, tal y como ella misma se atribuye en el preámbulo. Ahí es nada. La autoridad dotando de legalidad al “sentido común” (el suyo, por supuesto) para inhabilitar como espurias al resto de las iniciativas que no se le acomoden.
Justificar la multiplicación de reválidas con la pretensión de “mejorar el rendimiento” es un error porque así se desviarán más alumnos del camino del estudio; proponer la elección de itinerarios tempranos entre Bachillerato y Formación Profesional para reducir el abandono escolar es otra equivocación, porque, según afirman los propios interesados, lo que les mueve a dejar las aulas es el dinero fácil y no lo que encuentran en ellas; incorporar a los alumnos con dificultades en planes “de mejora” les adjudica automáticamente el calificativo de “peores”; hacer desaparecer de la escuela la formación en ciudadanía es privar a los estudiantes de un conocimiento necesario para su maduración;… Y suma y sigue. Fallos todos de “sentido común” y provocados por el mismo yerro: no escuchar. Sobre todo por eso, por no escuchar. 
En los asuntos de enseñanza y aprendizaje, el protagonismo debe adquirirlo el aprendiz, que es para quien se diseñan los planes, y no la autoridad, como parece traslucirse en la LOMCE. En la novela de la educación para todos, el que manda debe desempeñar su papel sin permitir que se lo usurpe nadie, por supuesto, pero mal vamos si se arroga la relevancia del primero y entramos en un nuevo desorden, porque no atiende, no escucha. En administrar este problema consiste el reto de la democracia y ningún lugar mejor que la escuela para encauzarlo con calma y sin complejos. 
En otras épocas y en otros países, los grandes cambios legislativos en educación han sido promovidos después de un prolongado debate en el que se han manejado resultados de evaluaciones diversas y no parece que haya funcionado mal el procedimiento. Aquí, nosotros, como tenemos prisa (?), cortamos y pegamos y, de paso, marramos el intento descalificando los treinta años anteriores. Sirvan como ejemplo, entre otras medidas, que en los últimos cursos de la E.S.O. se interviene haciendo desaparecer los planes de Diversificación, que son del año 2004, sin que tengamos noticia alguna de su evaluación, o incorporando un Curso de Acceso a Ciclos de Formación Profesional de Grado Medio, aparentemente innecesario, mientras ignoramos otro en el nivel superior, claramente demandado y reconocido por la Administración anterior. Y, en cuanto a las materias, que es lo que importa en la formación del profesorado, las didácticas de las asignaturas han aportado novedades en metodología y en evaluación que han removido el debate sobre los contenidos y proporcionado más fundamento al aprendizaje. Pero aquí también despotricamos sin matices y, en vez de seguir por ese camino, atajamos por la vía de los exámenes y el “sentido común”, cuando sabemos que el asunto no tiene nada de sencillo. Es verdad que el modelo de la evaluación necesitaba una revisión, pero como perdamos de vista el viejo objetivo de incorporar a todos al sistema educativo, me temo que lo que comenzó a abrirse paso hace unos treinta años y que, en gran medida, fue desarrollado en la escuela pública, acabe convertido en un itinerario de obstáculos donde queden arrinconados demasiados aprendices incapaces de superarlos.

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