jueves, 7 de julio de 2011

Los males de nuestra enseñanza

Carlos Rodríguez Mayo
Aprovechando el efecto multiplicador de la UIMP y utilizando los datos de la Prueba Diagnóstico de 2º de la ESO de 2010, el Secretario de Estado de Educación, Don Mario Bedera, da un repaso a la Enseñanza Media en España. Lo más grave de la investigación, concluye, es que casi un 20% de los alumnos está por debajo del nivel uno, el nivel de competencia más bajo, que impediría desarrollar una vida profesional normal.
Los resultados de la prueba, evidentemente, dicen eso, pero la interpretación de los datos es totalmente equivocada. Bastaría que el Secretario de Estado hubiera hablado con algún “aplicador”, para sacar una conclusión semejante a la que ya comenté en su momento en este blog. Es decir, que hay cursos casi completos que deciden no contestar a las preguntas, porque no ganan nada haciéndolo y porque ya se han acostumbrado a no obedecer a sus profesores más que cuando de ello sacan alguna utilidad. Quiere esto decir que el problema no es el de la incompetencia, al menos no en los niveles que nos cuentan, el problema verdadero es la incapacidad del sistema para convencer a los alumnos de que hay que contestar a las preguntas y de que hay que esforzarse por aprender. Es este mismo problema el que explica por qué los repetidores sacan cada vez peores resultados. Sin embargo, los responsables de educación prefieren separar bien las dos cuestiones para concluir que la repetición no resulta y que es mejor no repetir.
Señores míos, actualmente en los Programas de Atención a la Diversidad hay vías suficientes para recoger a los alumnos con problemas reales de competencias, pero no hay ningún tratamiento contra el verdadero problema: el de ese 15%-20% de nuestros alumnos que suspenden casi todas las asignaturas y que no se presentan a los exámenes, el de esos que llamamos desertores. El asunto crece y crece y no se aborda  porque su tratamiento y su solución supondrían una actuación contraria a la que se propone. El asunto no se arregla anulando la repetición de los alumnos (como parece desprenderse de la opinión de Bedera y del análisis del informe del País), sino que se arregla premiando el esfuerzo y la excelencia y reprimiendo la indolencia, la pereza y la indisciplina.
En consecuencia, repito, el sistema fracasa, fracasa en alta medida, pero su correcto diagnóstico y el sentido de su tratamiento no es el que nos cuentan. No es el problema el que ahora los chicos españoles sean más incompetentes que sus padres o que los chicos italianos o franceses, ni que los profesores sean peores o trabajen menos, el problema es que aquí está fallando el sistema de incentivos necesarios para hacer que los jóvenes que no quieren trabajar no proliferen ni arrastren con su ejemplo a los demás.  

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