Carlos Rodríguez Mayo
Durante las dos legislaturas de Zapatero, casi todos los profesores, sin distinción de signo político, coincidimos en que era una barbaridad realizar los exámenes extraordinarios, pensados para el mes de septiembre, en el mes de Junio, y así lo fuimos expresando cada año en las memorias de final de curso y en los ruegos y preguntas del último claustro.
Cuando llegó el PP al poder, todos pensamos que el problema se solucionaría facílmente. Pues bien, a pesar de que ha pasado ya un tiempo suficiente para ello, el gobierno de Cantabria no ha dado ni un paso en la dirección correcta. Según parece, los poderes políticos se están yendo por las ramas, pidiendo a los directores y a consejeros diversos una opinión distinta. En la ceremonia de la confusión, se lanza, además, la idea de una posible supresión de las pruebas extraordinarias en la nueva ley que se discute en Madrid y hay directores, incluso, que lo complican más, cuando dejan caer como posibilidad la impopular fecha del mes de Julio.
Si el PP pretende con ello sacar de quicio a todo el profesorado, sólo tiene que continuar así, mareando la perdiz y dejando que los problemas sigan sin resolverse. Que se entere bien de una vez el partido que gobierna. La inmensa mayor parte de los profesores quiere que esa ridícula última semana del curso que inventaron los socialistas desaparezca por fin, porque en ella se descoyunta el sistema, porque en ella nos vemos obligados a hacer la vista gorda de la inasistencia clase de los alumnos que ya conocen su aprobado y porque en ella se deja en ridículo el sistema de evaluación continua. Los exámenes extraordinarios han de hacerse en septiembre, después de un periodo de tiempo suficiente, un tiempo para que el alumno cambie y trabaje lo que no se ha trabajado durante el curso. Ya está bien de dilatar la solución más lógica y racional. Mantener esta locura, también este curso, será otra muestra más de que a nuestros políticos les importa poco lo que pasa dentro de nuestras aulas.
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