jueves, 16 de diciembre de 2010

Botellón de Navidad

Carlos Rodríguez Mayo
Se acerca botellón de navidad, el del último día lectivo del año en el que los alumnos, aprovechando que se han acabado los exámenes, hacen novillos para reunirse en algún lugar (me dicen que en Maliaño es a la orilla de la ría) y emborracharse sin sentido.
Hace treinta años, cuando yo empecé a dar clase, no existía nada semejante. Recuerdo que lo más parecido a esta celebración era la fiesta que organizábamos los profesores jóvenes bien en el instituto, sin bebidas alcohólicas, o bien en la discoteca más próxima, con bebidas. En ambos casos, nunca resultaba excepcional que algún alumno volviera a su casa algo bebido.
Las circunstancias, sin embargo, han cambiado profundamente. Antes se bebía para compartir la fiesta y la borrachera era un efecto no querido, hoy no sólo beben la mayor parte de los alumnos varones, sino que beben hasta perder la consciencia, como si fuera necesario llegar al final de la propia resistencia y demostrar algo a los demás. Dicen los sociólogos que, faltos los muchachos de ritos de madurez viables, la borrachera cumple un papel semejante a la caza del león para un masai: Es la ceremonia que expresa públicamente que uno acaba de dejar de ser un niño.
Luchar contra un rito como este no es nada fácil. Los chicos intentan mostrarse disponibles ante las chicas y estas se aproximan con curiosidad para empezar de nuevo el juego. Alguien debería de explicar a los bebedores que estar borracho tan sólo sirve para que se rían de uno, que de esa forma uno no se reivindica ante la gente y que la desinhibición producida por la bebida puede tener nefastas consecuencias. Alguien debería decir a los curiosos, sobre todo a las chicas que contemplan este triste espectáculo, que su presencia contribuye al engranaje de la fiesta. Alguien debería decir a los padres que ese día hay clases y actividades diversas en los centros de enseñanza y que la responsabilidad de la inasistencia de sus hijos es suya y no de sus hijos. Alguien, finalmente, debería hacer ver a la dirección de los centros de secundaria y a los profesores (me consta que los poderes públicos lo hacen) que las faltas en un día como éste son especialmente graves, por lo que no sólo se deberían comunicar a cada uno de los padres y tutores, sino que, además, si no son justificadas en un plazo razonable, con arreglo a un procedimiento que tenga las suficientes garantías de verificación, se debería proceder con la sanción correspondiente.
El problema, a mi modo de ver, es bastante más grave que un cigarro en el recreo. El alcohol mata a muchos más jóvenes que la nicotina. Si no se lo creen, consulten las estadísticas de tráfico.    

2 comentarios:

  1. La llamada "Champanada" era originariamente -y así fue hasta aproximadamente el año 2000- un fiesta propia de nniversitarios en que profesores y alumnos celebraban en las respectivas facultades el fin de la primera etapa del curso antes de las vacaciones de Navidad, y se hacía dentro de las facultades y en los bares de éstas.

    Yo viví sus estertores, en un momento en que la celebración se hacía en parte en el famoso Parque de la Teja y el ritualismo no difería mucho ya del de la actual,con la diferencia de que los alumnos que constituían el grueso de los allí presentes eran universitarios.

    A raíz de una celebración -hacia 2001- y debido a los destrozos y desperfectos causados por los participantes, la universidad y sus bares dejaron de festejar el evento, y desde entonces la celebrtación se circunscibrió -debido también a la presencia de guardias de seguridad que custodiaban el recinto universitario- al Parque de la Teja. Al mismo tiempo, los universitarios fueron progresivamente siendo sustituidos por alumnos de instituto que se saltaban las clases de ese día para acudir desde temprano al parque provistos de su "cargamento" enfundado en bolsas de Lupa.

    Sorprendía al viandante ver a tanta gente joven reunida; sorprendía cuando la fiesta estaba a punto de terminar ver cómo quedaba aquella zona de botellas, bolsas, vasos, potas, churras... Un campo de batalla después de la batalla.

    Yo mismo acudí en algunas ocasiones a aquellas masivas "Champanadas" cuando estaba en la universidad y habían acabado las clases.Yo mismo tomé algo en aquel parque con mis amigos mientras charlaba alegremente con ellos; yo mismo vi a algún amigo en penosas circunstancias (chupando literalmente el poste de una farola, para ser más excactos) bajo aquel cielo gris de diciembre, y dejé de ir cuando vi que los universitarios ya poco pintaban en aquello y me precaté de que ese evento ya me quedaba grande (o "pequeno", según se mire).

    Pero lo ciero es que no me arrepiento de haber ido varias veces, sobre todo en los primeros años, y todos los recuerdos que guardo de ello son felices y me producen incluso nostalgia, porque, en denitiva, y no lo olvidemos, la "Champanada", como casi todo en la vida, es lo que nosotros queramos hacer de ella (o de nosotros mismos).

    Pero, aunque en el mismo lugar, aquéllos eran otros tiempos...

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