domingo, 19 de diciembre de 2010

Una historia de mochilas

Carlos Rodríguez Mayo
En el pasado Consejo Escolar tuve oportunidad de felicitar a la dirección por su decisión de organizar el instituto en aulas grupo, porque eso permitía reducir el problema de la carga de las mochilas en el recreo. Mi intervención vino acompañada de la solicitud de una actuación más decidida para eliminar definitivamente el problema, implicando, como decía en un artículo anterior, a los profesores que están de guardia durante esos veinte minutos. Se me contestó que son muchas las obligaciones de estos (es verdad) y que los alumnos son libres de sacar sus mochilas o de dejarlas en las aulas.
Ante la falta de apoyo a mis planteamientos por los representantes de alumnos y de padres, dejé de insistir en una cuestión que era a ellos a quien correspondía plantear y defender. Al día siguiente, sin embargo, pregunté por eso a media docena de alumnos que lucían su mochila en los recreos: Ninguno de ellos me supo decir por qué lo hacía. Simplemente se habían habituado a sacar la mochila al patio y seguían haciéndolo porque nadie les había dicho que podían dejarlas en clase. En aquel momento me sentí algo ridículo: ¿Para qué te metes a interpretar lo que otros sienten?, pensé... Luego me di cuenta de que, lo mismo que en arte se aprende a buscar y a vivir con la belleza y el ingenio, también hay que aprender a revelarse contra el sufrimiento innecesario.

1 comentario:

  1. Yo, como alumna, la verdad es que agradezco que podamos dejar la mochila en clase porque además de ser pesada es un incordio llevarla todo el rato a la espalda. Así se facilita el desplazamiento por el instituto, evitando que nos estorbemos unos a otros con ellas.
    Aunque también es cierto que puede ser arriesgado dejarla en el aula, por si entrara alguien con malas intenciones y desaparecieran cosas, pero para que eso no suceda debemos ser listos y no dejarlas en caso de que llevemos algo de valor.

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