jueves, 16 de diciembre de 2010

La champanada

Ana V. Quevedo Rodríguez
El año pasado fui por primera vez a la famosa “champanada”. Tenía curiosidad porque todo el mundo decía que aquello era genial y que lo pasabas en grande. Fui a la de Santander, en el parque de la Teja, enfrente de las universidades. Para ir, decían, lo único que se necesita es una botella de algo que te guste; en mi caso fui con una bolsa de patatas, porque no bebo, y cuando llegué me pareció que había muchísima bebida por todos sitios. Sin embargo, la gente estaba bien: hablaba, estábamos todos contentos y celebrando que habíamos acabado las clases y que empezaba la navidad.
Según fueron pasando las horas me fui dando cuenta de que la situación empeoraba; me sentía extraña observando a todo el mundo beber de una manera descontrolada y sin ningún sentido.
Cuando me marchaba de allí, vi una pelea entre dos chicos. Después de haberse dado de puñetazos, patadas etc, uno de ellos cogió una botella de vino y se la lanzó al otro a la cabeza. Por suerte el otro se apartó y no le dio. No pude seguir mirando, vi que llegaba la policía y me fui de aquel asqueroso lugar.
A mi no me parece mal que la gente beba, sino que lo haga de manera descontrolada y que lo deje todo lleno de bolsas, botellas, etc.

1 comentario:

  1. Querida Ana, entiendo la curiosidad que le pudo suscitar la celebración de la "Champanada" de Navidad en el Parque de la Teja de Santander, pero me imagino yo que se habría informado usted antes y que sabría antes de ir que la gente allí no va de pic-nic ni a recoger flores ni setas.

    Lo que cuenta en su entrada me sugiere el símil de un soldado estadounidense destinado a Afganistán que se mete, a sabiendas de lo que va a encontrar, en medio de un reducto de talibanes... Pues, hombre, ¡pipa, lo que es pipa, no se lo va a pasar!

    ¡Un saludo!

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