lunes, 20 de febrero de 2012

El problema está en nuestras casas

Carlos Rodríguez Mayo
Tras la manifestación sindical del domingo, veo un debate de enseñanza en Tele 5. Me desespera el curso de la discusión, el planteamiento dual del tema en el que la posición de cada cual sólo admite el blanco o el negro. Así no es posible entenderse, pienso.
Mi opinión es muy otra. El servicio educativo resulta del encuentro entre un adulto, que enseña, y unos jóvenes, que aprenden. El asunto funciona cuando ambas partes ponen lo mejor de sí mismos en el trance y no funciona si se confunde la historia, si se olvida, por ejemplo, que en un aula uno no es libre de hacer lo que quiera, que en un aula hay que seguir las instrucciones del profesor, que también está obligado a dar clase, y que es falta grave, no leve, decidir que uno no quiere. En sentido contrario, consentir que alguno o algunos no cumplan nunca la norma, implica aceptar que el resto se arrogue la libertad de no hacer cuando convenga y asumir la inercia del "yo no sé ni me importa" como modelo de comportamiento dominante en la enseñanza obligatoria. Estos problemas, resumiendo, tienen poco de políticos y mucho de sociales. El problema está en nuestras casas en donde no se enseña a aceptar las correcciones y los argumentos ajenos, a seguir las instrucciones de los adultos, aunque resulten pesadas y tediosas, a asumir el premio y el castigo como fórmula de aprendizaje, y a respetar a la gente, lo cual tiene poco que ver con las derechas y las izquierdas y mucho con la forma de tratar a nuestros hijos. 
Nuestra enseñanza está malherida especialmente por eso. Nuestra sociedad se equivocó como la paloma de Alberti, que creyó que el Norte era el Sur, y confundió democracia y libertad con permitirlo todo, aceptar la bondad del género humano, comparar lo excelente con lo cutre, decir una cosa y hacer la contraria, etc. Nuestra democracia ha servido para desprestigiar a la autoridad, que la paloma identificó con el fascismo, para multiplicar la moral del pícaro y del escaqueo, y la práctica del que tira la piedra y esconde la mano. Así hemos seguido bajando peldaño a peldaño la escalera para llegar a donde estamos. Una izquierda inculta llegó a decir en el boletín oficial (todavía lo dicen en sus congresos) que las clases magistrales estaban prohibidas, y siguen defendiendo la tormenta de ideas de los alumnos como método científico. La derecha, mientras tanto, se ha callado ante esta degradación y sigue sin demostrar un verdadero interés por mejorar, pues lo único que ha perseguido hasta hoy es el poder.
Mi diagnóstico está lejos de los polos políticos actuales que se olvidan con demasiada frecuencia de lo que sucede a su alrededor. Mi diagnóstico está del lado de los que ven los problemas y quieren luchar por una enseñanza mejor a base de mostrar a los jóvenes y a sus mayores la dirección de sus caminos. Creo en que hay que visualizar los que suben y tienen recompensa y los que bajan hasta las mazmorras, porque se puede aprender mucho más y ser mejores. Hasta ahora la democracia ha mostrado a nuestros jóvenes que da igual hacer las cosas bien o hacer las cosas mal, que como decía Cela: "En este país, el que resiste gana", que aquí no pasa nada, que esforzarse es un atraso, que lo importante es el dinero y que el saber no sirve. Desde que el ministro Maravall nos contó que aprender era divertido son muchos los que han preferido no divertirse y se han ido a trabajar a la construcción, en donde han cobrado honradamente hasta la crisis sueldos envidiables, mientras sus compañeros se han estado divirtiendo como enanos hasta los treinta años, estudiando ingeniería o medicina y el MIR y cobrando hasta los cuarenta años cantidades cercanas a 1000 euros. Este es el triste mundo que hemos hecho con ayuda del mercado. Hay que cambiar el mundo y hay que cambiar también la educación.      

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